domingo, 6 de marzo de 2016

6. EL PENSAMIENTO DE SAN AGUSTÍN

Antropología

Para San Agustín, Dios es el fin del hombre, hacia Él tendemos (como el Bien platónico, causa final de la realidad). De ahí la inquietud radical que caracteriza al ser humano: nada nos satisface, siempre estamos en movimiento buscando cosas, porque el destino que de verdad anhelamos es volver a unirnos con Dios.

Ser humano, un ser compuesto

El ser humano es un alma racional que tiene un cuerpo mortal y terreno para su uso.  Está formado por el alma y el cuerpo; lo primordial es el alma. Debido al pecado original, el alma está sometida al cuerpo. El ser humano tiene necesidad de la gracia de Dios. La voluntad del ser humano está obligada a hacer lo que dicta el impulso del cuerpo.

El ser humano, compuesto por el alma inmortal y el cuerpo mortal, constituye la cúspide de la creación.  El alma es una substancia racional.  San Agustín define al ser humano como un alma racional que tiene un cuerpo mortal y terreno para su uso. La influencia de Platón es más que evidente.

El alma humana es el principio inmaterial que reanima al cuerpo material. San Agustín emplea la misma argumentación que Platón: el alma es principio de vida, y como la vida no es posible junto a la muerte, el alma es inmortal; el alma es parte de la vida, y adquiere su esencia del principio que constituye la vida, por ello es inmortal. Gracias al alma, la materia adquiere vida.

Libertad

La LIBERTAD es la capacidad humana para iniciar una acción causal, mientras que el LIBRE ALBEDRÍO es el uso que hacemos de la libertad.

El pensamiento agustiniano acerca de la libertad es un pensamiento teológico. El origen del mal no se halla en el Dios infractor, sino en la libertad del ser humano. El origen del bien no se halla en la libertad del ser humano.

El punto de partida del pensamiento de san Agustín es la desviación de la humanidad y su consiguiente reconducción por parte de Cristo. Ciertamente, el ser humano es libre, pero es ser humano, porque es libre.  Sin libertad no sería ser humano. El ser humano, creado por Dios, debe orientar su existencia hacia Él (Dios), Su fin consiste en guiarse hacia Dios, conscientemente o inconscientemente. No existe libertad sin derechos, al igual que tampoco existe libertad sin obligaciones. Cuando sirve a Dios, el ser humano es libre y consigue la felicidad; cuando no lo hace, se convierte en esclavo.

El ser humano, debido al pecado original, ha perdido esa libertad, y desea poder recuperar el liberum arbitrium. En definitiva: podemos hacer el mal sin ayuda de nadie, pero para hacer el bien necesitamos la ayuda de Dios.

Los pelagianos afirman que el ser humano tiene capacidad para hacer el bien y el mal. San Agustín se revela: de ser eso cierto, Dios no sería libre, puesto que no puede pecar. ¿Qué puede hacer el ser humano por sí solo, sin la ayuda de la gracia? Unicamente el mal, el pecado. La gracia le permite ser libre.

El mal moral tiene su origen en el uso inadecuado del libre albedrío (liberum arbitrium), y el ser humano es el responsable de ello, no Dios. El libre albedrío, por tanto, no es un bien absoluto. El objetivo del ser humano es la felicidad.

El problema del mal

Males físicos de la naturaleza (terremotos, tormentas, sequías, etc.), males morales (maldad, crimen, venganza, guerra, debilidad mental, depresión, soledad, angustia, miedo etc.), ¿quién tiene la culpa de todos esos males?  Si es verdad que Dios ha creado el mundo, ¿cómo se explica la existencia del mal? ¿Tal vez porque Dios haya hecho mal las cosas? ¿Es imaginable un mundo sin presencia del mal? ¿Es Dios la causa de los males físicos y morales?  Decían los maniqueos que el bien procede del principio del bien y el mal del principio del mal. EXISTE UN ÚNICO DIOS, EL DEL BIEN.

San Agustín reflexiona desde el punto de vista de los seres nacidos de la creación, de los seres corruptibles.  La corruptibilidad no constituye en sí misma un mal, las cosas corruptibles son buenas. Las cosas son buenas, pero corruptibles, sí no fueran corruptibles, serían Dios; si no fueran buenas, no existirían.  Por tanto, todas las cosas que existen son buenas, pero no absolutamente buenas.

Mal no es más que el nombre que adjudicamos a la ausencia de un bien determinado.


Teoría del conocimiento (fe y razón)

La principal inquietud de san Agustín no consistió únicamente en encontrar una verdad, sino, fundamentalmente, en encontrar una verdad capaz de saciar su corazón. Únicamente así se logra la felicidad. La verdadera felicidad consiste en poseer toda la verdad, una verdad que trasciende todas las verdades particulares, de lo contrario no seria una verdad propiamente dicha. La verdad que busca san Agustín es la medida (absoluta) de todas las posibles verdades. Esa Medida Suprema únicamente puede ser Dios.


La búsqueda agustiniana de la verdad no es sólo contemplativa, es fundamentalmente activa, no supone únicamente conocimiento, tal como veremos después, sino también fe y amor.  Hay que conocer la verdad, no sólo para conocer el Todo: es necesario conocer la verdad, también, para obtener la tranquilidad y el sosiego que necesita el alma. Antes de que la posesión de la verdad se convierta en objeto de la ciencia, es objeto de la sabiduría. Y la búsqueda de la verdad no es un método, sino un camino espiritual, una peregrinación, una trayectoria.

Desde el comienzo de la cristiandad siempre se ha puesto de manifiesto la necesidad de que la fe, en principio, no debe rechazar a la razón, y la razón también, en principio, no debe rechazar a la fe. La fórmula adecuada entre fe y razón seria la siguiente: creo, también entiendo; entiendo, pero también creo. Es más: creo para entender, entiendo para creer.

-  Al principio, la razón ayuda al ser humano a lograr la fe.
-  A continuación, la fe guía e ilumina a la razón.
-  Asimismo, la razón ayuda a la clarificación de los contenidos de la fe.

Iluminación

Existen tres niveles de conocimiento: conocimiento sensible, conocimiento racional y contemplación.

1. Conocimiento sensible


Consiste en la percepción de los objetos. Los objetos producen unos cambios en nuestros sentidos; dichos cambios no se producen en el alma, sino que el alma reconoce el cambio sufrido por el cuerpo y, precisamente por ello, reconoce los objetos.

Los objetos procedentes de los sentidos tan pronto surgen como desaparecen; uno tras otro, se excluyen recíprocamente, no podemos alcanzarlos plenamente puesto que carecen de una verdadera entidad. Por tanto, no es posible el verdadero conocimiento por medio del conocimiento sensible.

2. Conocimiento racional

El conocimiento racional, partiendo de los datos sensibles, realiza unos juicios en torno a los objetos reconocidos por el entendimiento, comparándolos con los modelos eternos, es decir, con las ideas procedentes de la iluminación divina. Este nivel de conocimiento corresponde a todos los seres humanos y, precisamente, distingue al ser humano del resto de los seres.

3. Contemplación - Dialéctica platónica

La contemplación consiste en percibir las ideas eternas tal como son; la verdadera sabiduría consiste en conocer las ideas eternas. El alma obtiene el conocimiento objetivo mediante la contemplación, llega a contemplar la verdad objetiva, He aquí otra clara muestra del influjo de Platón.

El alma reanima al cuerpo, y cuando incremento su acción, se convierte en un órgano sensible; entonces existe el conocimiento sensible. Pero únicamente cuando el alma racional conoce las verdades eternas, las verdades inmutables, logra la verdadera seguridad.

No podemos conocer las verdades eternas, inmutables y necesarias por medio de la experiencia mudable, gracias a la iluminación divina, el ser humano puede conocer las verdades eternas. San Agustín vislumbra la huella de Dios en el interior del ser humano.

Interiorización

El punto de partida de la búsqueda de la verdad no se halla en el exterior, sino en el interior.
¿Y qué es lo que encuentra el ser humano en su interior, en lo más profundo de su ser?

- Que su naturaleza es variable.

- Que su conocimiento sensible ofrece objetos mudables.

- El ser humano encuentra en su interior verdades inmutables: desde las verdades matemáticas hasta las verdades indudables y universales. Y el ser humano no puede conocerlas sin ayuda exterior, porque es un ser contingente, y las verdades, por el contrario, son absolutas.

Ser absoluto y seres variables

Ser absoluto

La existencia de Dios queda demostrada en el alma creyente; el alma es capaz de conocer a la verdad y a Dios necesario y eterno; al existir la verdad, y siendo Dios su fundamento, Dios existe.  Este sería, en pocas palabras, el argumento gnoseológico de San Agustín. La Creación no puede ofrecer al ser humano la felicidad que busca, o orientación una verdad superior, es decir, hacia Dios, y, mediante el acuerdo entre los seres humanos (salvo algunos depravados), toda la especie humana proclama a Dios como creador del mundo.

Pero la verdadera demostración agustiniana de la existencia de Dios hay que buscarla en las ideas eternas, por su indeterminación y por su carácter necesario.  El ser humano percibe las verdades infinitas y necesarias. Estas verdades superan a nuestro entendimiento (son supremas) y éste ha de someterse a ellas. No existe cosa sin fundamento; el fundamento de lo inmutable debe ser inmutable.

Seres variables

Los seres variables carecen de constancia, son y no son al mismo tiempo, son seres limitados incapaces de subsistir en la permanencia. Por tanto, los seres variables no son seres verdaderos, lo verdadero es lo que perdura invariable.

Creación

Todas las cosas son obra de Dios, han sido creadas de la nada, deben su existencia a Dios, de lo contrario, no serían más que la nada. Dios hizo el mundo en una creación íntegra, a partir de la nada. Además, la creación del mundo no se debe a algo ineludible, sino que es consecuencia de una decisión voluntaria y libre.

La libre creación divina es para san Agustín un acto súbito y completo; la creación se extiende en el tiempo.

Las dos ciudades

San Agustín reflexiona sobre el sentido del dolor y del mal en el seno de la historia. Para ello, por vez primera en la historia humana, establece una filosofía de la historia universal: la historia de la humanidad es una lucha entre dos ciudades (del bien y del mal); la ciudad de Dios y la ciudad del Mundo; la ciudad de la luz y la ciudad de las tinieblas.

San Agustín distingue dos grupos entre los seres humanos.  Por un lado, aquellos que, despreciando a Dios, cultivan el amor egoísta- por otro, aquellos que aman a Dios por encima de todo, hasta el desprecio de uno mismo.  Los primeros son ciudadanos del mundo y los segundos ciudadanos del Cielo. Ambas ciudades, Dios y mundo, aparecen mezcladas a lo largo de la historia.  Al final, sin embargo, se separan.

Alguien que formara parte de la ciudad celestial podría vivir según los principios de la ciudad terrena, y viceversa.  Por ejemplo, una persona bautizada puede ser considerada como cristiana, como parte de la iglesia, pero si su vida, si el principio que rige su conducta, estuviera basada en el amor egoísta por encima de todo, moralmente pertenecería a la ciudad terrena; o, al contrario, si un pagano adoptara la justicia y el derecho como principios de su conducta, moralmente pertenecería a la ciudad de Dios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario