Antropología
Para San Agustín, Dios es el fin del hombre, hacia Él tendemos (como el Bien platónico, causa final de la realidad). De ahí la inquietud radical que caracteriza al ser humano: nada nos satisface, siempre estamos en movimiento buscando cosas, porque el destino que de verdad anhelamos es volver a unirnos con Dios.
Ser humano, un ser compuesto
El ser humano es un
alma racional que tiene un cuerpo mortal y terreno para su uso. Está formado por el alma y el cuerpo; lo primordial es el
alma. Debido al pecado original, el alma
está sometida al cuerpo. El ser humano tiene necesidad de la gracia de Dios. La voluntad del ser humano está obligada a hacer
lo que dicta el impulso del cuerpo.
El ser humano,
compuesto por el alma inmortal y el cuerpo mortal, constituye la cúspide de la
creación. El alma es una substancia
racional. San Agustín define al ser
humano como un alma racional que tiene un cuerpo mortal y terreno para su uso.
La influencia de Platón es más que evidente.
El
alma humana es el principio inmaterial que reanima al cuerpo material. San
Agustín emplea la misma argumentación que Platón: el alma es principio de vida,
y como la vida no es posible junto a la muerte, el alma es inmortal; el
alma es parte de la vida, y adquiere su esencia del principio que constituye la
vida, por ello es inmortal. Gracias al alma, la materia adquiere vida.
Libertad
La LIBERTAD es la capacidad humana para iniciar una acción causal, mientras que el LIBRE ALBEDRÍO es el uso que hacemos de la libertad.
El pensamiento agustiniano acerca de la libertad es un pensamiento teológico. El origen del mal no se halla en el Dios infractor, sino en la libertad del ser humano. El origen del bien no se halla en la libertad del ser humano.
El punto de partida
del pensamiento de san Agustín es la desviación de la humanidad y su
consiguiente reconducción por parte de Cristo. Ciertamente, el ser humano
es libre, pero es ser humano, porque es libre.
Sin libertad no sería ser humano. El ser humano, creado
por Dios, debe orientar su existencia hacia Él (Dios), Su fin consiste en
guiarse hacia Dios, conscientemente o inconscientemente. No existe libertad sin
derechos, al igual que tampoco existe libertad sin obligaciones. Cuando sirve a Dios,
el ser humano es libre y consigue la felicidad; cuando no lo hace, se convierte
en esclavo.
El ser humano, debido al pecado original, ha perdido esa libertad, y desea poder recuperar el liberum arbitrium. En definitiva: podemos hacer el mal sin ayuda de nadie, pero para hacer el bien necesitamos la ayuda de Dios.
Los pelagianos afirman que el ser humano tiene capacidad para hacer el bien y el mal. San Agustín se revela: de ser eso cierto, Dios no sería libre, puesto que no puede pecar. ¿Qué puede hacer el ser humano por sí solo, sin la ayuda de la gracia? Unicamente el mal, el pecado. La gracia le permite ser libre.
El mal moral tiene su origen en el uso inadecuado del libre albedrío (liberum
arbitrium), y el ser humano es el responsable de ello, no Dios. El libre albedrío, por tanto, no es un bien absoluto. El objetivo del ser humano es la felicidad.
El problema del mal
Males físicos de la
naturaleza (terremotos, tormentas, sequías, etc.), males morales (maldad,
crimen, venganza, guerra, debilidad mental, depresión, soledad, angustia, miedo
etc.), ¿quién tiene la culpa de todos esos males? Si es verdad que Dios ha creado el mundo,
¿cómo se explica la existencia del mal? ¿Tal vez porque Dios haya hecho mal las
cosas? ¿Es imaginable un mundo sin presencia del mal? ¿Es Dios la causa de los
males físicos y morales? Decían los
maniqueos que el bien procede del
principio del bien y el mal del principio del mal. EXISTE UN ÚNICO DIOS, EL DEL BIEN.
San Agustín reflexiona desde el punto de vista de los seres nacidos de la creación, de los seres corruptibles. La corruptibilidad no constituye en sí misma un mal, las cosas corruptibles son buenas. Las cosas son buenas, pero corruptibles, sí no fueran corruptibles, serían Dios; si no fueran buenas, no existirían. Por tanto, todas las cosas que existen son buenas, pero no absolutamente buenas.
Mal no es más que el nombre que adjudicamos a la ausencia de un bien determinado.
San Agustín reflexiona desde el punto de vista de los seres nacidos de la creación, de los seres corruptibles. La corruptibilidad no constituye en sí misma un mal, las cosas corruptibles son buenas. Las cosas son buenas, pero corruptibles, sí no fueran corruptibles, serían Dios; si no fueran buenas, no existirían. Por tanto, todas las cosas que existen son buenas, pero no absolutamente buenas.
Mal no es más que el nombre que adjudicamos a la ausencia de un bien determinado.
Teoría del conocimiento (fe y razón)
La principal inquietud
de san Agustín no consistió únicamente en encontrar una verdad, sino,
fundamentalmente, en encontrar una verdad capaz de saciar su corazón. Únicamente así se logra la felicidad. La verdadera felicidad
consiste en poseer toda la verdad, una verdad que trasciende todas las verdades
particulares, de lo contrario no seria una verdad propiamente dicha. La verdad que busca san Agustín es la medida
(absoluta) de todas las posibles verdades. Esa Medida Suprema únicamente puede ser Dios.
La
búsqueda agustiniana de la verdad no es sólo contemplativa, es fundamentalmente
activa, no supone únicamente conocimiento, tal como veremos después, sino
también fe y amor. Hay que conocer la
verdad, no sólo para conocer el Todo: es necesario conocer
la verdad, también, para obtener la tranquilidad y el sosiego que necesita el
alma. Antes de que la posesión de la verdad se convierta en
objeto de la ciencia, es objeto de la sabiduría. Y la búsqueda de la verdad no es un método,
sino un camino espiritual, una peregrinación, una trayectoria.
Desde el comienzo de
la cristiandad siempre se ha puesto de manifiesto la necesidad de que la fe, en principio,
no debe rechazar a la razón, y la razón también, en principio, no debe rechazar
a la fe. La fórmula adecuada
entre fe y razón seria la siguiente: creo, también entiendo; entiendo, pero
también creo. Es más: creo para
entender, entiendo para creer.
- Al principio, la razón ayuda al ser humano a
lograr la fe.
- A continuación, la
fe guía e ilumina a la razón.
- Asimismo,
la razón ayuda a la clarificación de los contenidos de la fe.
Iluminación
Existen tres niveles
de conocimiento: conocimiento sensible, conocimiento racional y contemplación.
1. Conocimiento sensible
Los objetos
procedentes de los sentidos tan pronto surgen como desaparecen; uno tras otro,
se excluyen recíprocamente, no podemos alcanzarlos plenamente puesto que
carecen de una verdadera entidad. Por
tanto, no es posible el verdadero conocimiento por medio del conocimiento
sensible.
2. Conocimiento racional
3. Contemplación - Dialéctica platónica
El alma reanima al cuerpo, y cuando incremento su
acción, se convierte en un órgano sensible; entonces existe el conocimiento
sensible. Pero únicamente cuando el alma
racional conoce las verdades eternas, las verdades inmutables, logra la
verdadera seguridad.
No podemos conocer las
verdades eternas, inmutables y necesarias por medio de la experiencia mudable, gracias a la
iluminación divina, el ser humano puede conocer las verdades eternas. San Agustín vislumbra
la huella de Dios en el interior del ser humano.
Interiorización
El punto de partida de
la búsqueda de la verdad no se halla en el exterior, sino en el interior.
¿Y qué es lo que
encuentra el ser humano en su interior, en lo más profundo de su ser?
- Que su naturaleza es variable.
- Que su conocimiento
sensible ofrece objetos mudables.
- El ser humano encuentra en su interior verdades inmutables: desde las
verdades matemáticas hasta las verdades indudables y universales. Y el ser humano no
puede conocerlas sin ayuda exterior, porque es un ser contingente, y las verdades, por el contrario, son absolutas.
Ser absoluto y seres variables
Ser absoluto
La existencia de Dios
queda demostrada en el alma creyente; el alma es capaz de conocer a la verdad y
a Dios necesario y eterno; al existir la verdad,
y siendo Dios su fundamento, Dios existe.
Este sería, en pocas palabras, el argumento gnoseológico de San Agustín. La Creación no puede
ofrecer al ser humano la felicidad que busca, o orientación una verdad
superior, es decir, hacia Dios, y, mediante el acuerdo entre los seres humanos
(salvo algunos depravados), toda la especie humana proclama a Dios como creador
del mundo.
Pero la verdadera
demostración agustiniana de la existencia de Dios hay que buscarla en las ideas
eternas, por su indeterminación y por su carácter necesario. El ser humano percibe las verdades infinitas
y necesarias. Estas verdades superan
a nuestro entendimiento (son supremas) y éste ha de someterse a ellas. No existe cosa sin
fundamento; el fundamento de lo inmutable debe ser inmutable.
Seres variables
Los seres variables
carecen de constancia, son y no son al mismo tiempo, son seres limitados
incapaces de subsistir en la permanencia. Por tanto, los seres variables no son seres verdaderos, lo verdadero es
lo que perdura invariable.
Creación
Todas las cosas son
obra de Dios, han sido creadas de la nada, deben su existencia a Dios, de lo
contrario, no serían más que la nada. Dios
hizo el mundo en una creación íntegra, a partir de la nada. Además, la creación
del mundo no se debe a algo ineludible, sino que es consecuencia de una
decisión voluntaria y libre.
La libre creación
divina es para san Agustín un acto súbito y completo; la creación se extiende en el tiempo.
Las dos ciudades
San
Agustín reflexiona sobre el sentido del dolor y del mal en el seno de la
historia. Para
ello, por vez primera en la historia humana, establece una filosofía de la
historia universal: la historia de la humanidad es una lucha entre dos ciudades
(del bien y del mal); la ciudad de
Dios y la ciudad del Mundo; la ciudad de la luz y la ciudad de las tinieblas.
Alguien que formara
parte de la ciudad celestial podría vivir según los principios de la ciudad
terrena, y viceversa. Por ejemplo, una
persona bautizada puede ser considerada como cristiana, como parte de la
iglesia, pero si su vida, si el principio que rige su conducta, estuviera
basada en el amor egoísta por encima de todo, moralmente pertenecería a la
ciudad terrena; o, al contrario, si un pagano adoptara la justicia y el derecho
como principios de su conducta, moralmente pertenecería a la ciudad de Dios.
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