lunes, 16 de mayo de 2016

9. EL PENSAMIENTO DE ORTEGA Y GASSET

El pensamiento del filósofo español Ortega y Gasset se divide en 3 etapas:

1. El objetivismo (1902 - 1914)

Según Ortega, son dos las tendencias que alejan a España de Europa: por un lado, aquella según la cual se prefiere hacer “literatura en lugar de forjar un trabajo profundo de pensamiento, y, por otro lado, aquella según la cual se tiende a discutir acerca de temas ligeros. Para corregir ambas tendencias, Ortega propuso la disciplina del objetivismo, pues en su opinión, para superar la situación de atraso social, político, técnico y cultural en que estaba sumido el país, era necesario que las actitudes intelectuales europeas acabaran enraizándose en España. En efecto, el filósofo madrileño pensaba que el proceso de decadencia de España era debido, sobre todo, a su atraso científico. De hecho, era la ciencia la que diferenciaba a Europa del resto del mundo (también de España, que nunca se consideró europea) y lo que le confería su superioridad moral. La ciencia es el resultado de la disciplina intelectual y base, por tanto, del objetivismo, para el que es preciso desarrollar una serie de aptitudes: en primer lugar, rigor y método; en segundo lugar, actitud crítica; y en tercer lugar, racionalismo. A través de esas “recetas", según Ortega, a España se le curaría el subjetivismo que padecía tan gravemente.

La falta de rigor y de método nos conduce a discusiones estériles, por lo que es preciso determinar adecuadamente las reglas que han de regirlas, definirlas rigurosamente. Para hacer ciencia, resulta necesario, como descubrió Descartes, establecer un método. Pero es igualmente necesario tener una actitud crítica, ya que no basta con tener “buena intención". La falta de actitud crítica lleva a pensar con las vísceras en vez de hacerlo con la cabeza. El tercer “ingrediente” necesario para encauzar la disciplina intelectual es el racionalismo, que no es propiedad exclusiva de los europeos, puesto que puede hallarse en cualquier otro pueblo o cultura. Por consiguiente, cuanto más sistemáticas sean nuestras creencias, más rigurosas serán nuestras teorías acerca de los objetos de la realidad. Si introducimos en una red conceptual común los objetos que percibimos, llegaremos a construir una ciencia poderosa y unificadora. 

Para que nuestras investigaciones sobre las cosas resulten del máximo provecho, es necesario que ejercitemos nuestra capacidad de conocimiento. Gracias a nuestras aptitudes teóricas, los seres humanos reconstruimos las cosas en el pensamiento. Para ello, es imprescindible tomar distancia respecto de las cosas, situarse en un punto de vista adecuado, para lo cual conviene considerar las cosas de manera objetiva: las cosas deben convenirse en objetos privilegiados de nuestra actividad teórica; debemos observarlas desde el páramo de la abstracción, para que así podamos conocerlas racionalmente.

Sin duda, en esta primera etapa, el joven Ortega propuso un modelo de conocimiento que pudiera servir a la ciencia que se hacía en España y que tenía mermas muy considerables.
Por otro lado, cuando los seres humanos se distancian de la excelencia, comienza un proceso de decadencia social. Cuando la masa deja de querer serlo y cuando cada uno de sus miembros, dejándose llevar por la envidia, ambiciona arrebatar el poder a quienes están por encima de ellos, la sociedad, irremediablemente, acaba por destruirse.

Las sociedades crean Estados para poder vivir mejor. Para que una nación sea suficientemente poderosa, es preciso que una minoría bien elegida organice a toda una masa de gente. Se trata, en realidad, de una ley social parecida a las leyes que existen en la física: cuando los líquidos se mezclan, su ordenación posterior se establece según la densidad. Asimismo, en la sociedad se imponen los individuos notables, bajo los cuales se concentra la masa. Ahora bien, conviene no confundir los conceptos de élite y de masa con los de ricos y pobres. La élite ha de poseer la virtud de la excelencia y, por tanto, ser modélica; la masa, en cambio, aun anhelando llegar a ese estado de excelencia, debe mostrarse dócil y obediente. 

En consecuencia, la sociedad ha de ser sociedad antes de ser justa, para lo cual es necesario que la masa sea masa, aunque no abandone su anhelo de mejorar y de aprender. Todo ello se obtiene como consecuencia de una buena siembra; en efecto, la verdadera revolución es consecuencia la educación. Ahora bien, ¿qué les ocurre a los españoles según Ortega? Cuando aparece alguien con un nivel intelectual superior al normal. en lugar de admirarlo, se lo tacha de soberbio, aduciendo que hace sobresalir la ignorancia del resto de la población.

Ortega se mostró contrario a la democracia de su época. Según el filósofo, la democracia debía consistir exclusivamente en la aceptación por parte del pueblo de aquellos que estaban llamados a gobernar el país. El pueblo no interviene realmente en el proceso de elección. Para Ortega, lo realmente importante es identificar a esas personas a la élite y elegirlas. Ahora bien, conviene no olvidar que el Estado ha de gozar de la legitimidad que se deriva de su aceptación por parte de la masa.

2. El perspectivismo (1914 - 1923)

Aquél que observa la realidad lo hace desde su punto de vista. El punto de vista o la perspectiva de cada uno resulta, pues, el componente fundamental de toda realidad, siendo imposible determinar que un punto de vista sea superior a otro. Por consiguiente, la teoría del perspectivismo reivindica la pluralidad de las perspectivas para interpretar la realidad. En consecuencia, la verdad absoluta, es decir, una visión total de la realidad no será sino la combinación organizada de todas las imágenes que se tengan de ella. Cada imagen representa un aspecto determinado de la realidad. La VERDAD, por tanto, se obtendrá poco a poco, paulatinamente, a medida que se vayan recomponiendo los fragmentos ofrecidos por cada punto de vista.

Las opiniones de una persona son valiosas, no porque coincidan con las mías, sino por tocio lo contrario, es decir, porque no coinciden con mis posturas. En efecto, esos desacuerdos son la muestra de la autonomía del pensamiento de las personas; la autonomía ajena complementa la mía. Así pues, Ortega subraya la relevancia de aceptar los puntos de vista ajenos: las imágenes que se forman otras personas tienen el mismo derecho a la existencia que puedan tener las mías, no porque sean perfectas, sino porque siendo distintas, vienen a complementar las mías. La tolerancia así entendida es un valor fundamental para la convivencia social.
 
En efecto, frente al idealismo -que resalta la supremacía del yo sobre las cosas- y frente al realismo -que remarca que las cosas tienen una esencia propia más allá del yo-, Ortega propuso la alternativa epistemológica consistente en unificar el yo y las cosas: el yo da vida a las cosas. Así, la percepción de la realidad se basa fundamentalmente en asociaciones o combinaciones de cosas. Más tarde, en la llamada etapa raciovitalista de Ortega, la interacción entre el yo y las cosas se vinculó a la noción de Vida, desde el punto de vista de que la vida es realidad radical.

Por otro lado, por medio de la doctrina perspectivista, el filósofo madrileño adaptó la reflexión filosófica a sus múltiples ángulos, desde los que pueda hacerse frente después a las necesidades de los tiempos que corren a partir de la investigación científica que está cada vez más fragmentada. Así, en vez de limitar, concretar o reducir, conviene que simplemente busquemos, es decir, que vayamos unificando las ideas.

El perspectivismo nos ofrece el mejor enfoque para observar la realidad-tomándola en conjunto-, puesto que la unificación respecto de las cosas nos incluye a nosotros mismos y también a cualquiera que las observe desde su perspectiva particular.

3. El raciovitalismo (1923 - 1955)

Como consecuencia del desarrollo del perspectivismo, Ortega creó, en su época de madurez, la doctrina raciovitalista.

Para establecer una visión raciovitalista, Ortega criticó primeramente tanto el vitalismo como el racionalismo,  para sintetizarlos después en una teoría única. Por tanto,  como hemos señalado, esta etapa no es en realidad el final de la anterior, sino su concreción, puesto que Ortega toma de aquélla lo que considera más valioso: la perspectiva vital y la perspectiva racional. 

La primera es la realidad dada; la segunda se corresponde con el intento por comprender aquella realidad. Las dos perspectivas tienen características comunes: por un lado, su esencial radicalidad, y. por otro lado, el servir de base para cualquier otra perspectiva. La vital es una perspectiva esencialmente radical, porque se refiere a la raíz misma de la vida, en tanto que la racional es igualmente radical,  porque ofrece la forma que permite al ser humano conocer las raíces de la vida. 

3.1. La superación del vitalismo: la realidad radical

En este caso, el término engloba a tres corrientes distintas:

- Teoría del conocimiento que se deriva del planteamiento según el cual los procesos biológicos regidos por leyes orgánicas son generales. Así, la filosofía no sería sino una parte de la biología. Esta tendencia englobaría, según Ortega, al positivismo, al pragmatismo y al empirio-criticismo de Avenarius y Mach.

- Teoría que postula que el modo de conocimiento más importante no es el racional, aduciendo para ello que nuestra relación respecto de la realidad es mucho más inmediata e intuitiva. Según esta teoría, la propia vida sería un tipo de conocimiento que supera lía al método racional. Según Ortega, la de Bergson sería una obra representativa de esta tendencia.

- Teoría que defiende que el conocimiento siempre tiene carácter racional, cuyo objeto de investigación sería la propia vida. Según este punto de vista, los problemas sobre las relaciones entre la razón y la vida conforman el meollo fundamental de la filosofía.

Ortega, en realidad, aceptaba exclusivamente la tercera de esas tres tendencias, según la cual nos servimos de la razón en su aspecto más fundamental (Lo racional es una breve isla rodeada de irracionalidad por todas partes). Así pues, no cabría menospreciar la racionalidad.

Si bien la filosofía vitalista basada en la doctrina de Ortega reconoce la primacía de la vida, lo cierto es que tampoco se desdeñan los éxitos debidos a la razón. Ortega escapa, por tanto, de irracionalismos fáciles. Ahora bien, para hacer frente al irracionaIismo, es preciso determinar qué es la vida para Ortega.

a) La realidad radical

Según Ortega, «la realidad radical» es aquella realmente, absolutamente total y esencial. en cuya base se sostienen el resto de los planos de la realidad; sirve, pues. de fundamento para todas las demás. Como ya hemos señalado, nos estamos refiriendo a la vida humana, es decir, a las tareas vitales concretas de los seres humanos.

Su característica principal es supranatural: el hombre está obligado a llenar de contenido la vida desnuda (la página en blanco) que se le ha dado, de tal modo que ha de elegir necesariamente un proyecto vital, un programa. Eso es justamente lo que el ser humano siente como más íntimamente suyo, su verdadero ser, su yo.

En consecuencia, la vida humana consiste en cumplir -concretar, realizar- el proyecto que, en la medida en que lo permitan las circunstancias, decide emprender cada uno. La vida es puro actuar, en el proceso en el que cada yo conforma (diseña) su guión de vida. La vida no es ni contemplación ni pensamiento ni teoría. Primero se impone el actuar, y luego, el reflexionar. Por decirlo de otro modo, la vida prevalece porque es prioritaria, o como dicen los filósofos, la vida tiene prioridad ontológica sobre el pensamiento. La razón se sostiene sobre algo; sólo acerca de algo cabe hablar racionalmente. Pero, ¿sobre qué? Pues bien, sobre la vida, la de cada uno de nosotros, la mía, aquélla que, por serme propia, es absolutamente intransferible.

Según Ortega, la vida es la suma del yo y de las circunstancias.

- El Yo

Tal y como hemos dicho, el yo de cada ser humano consiste en su proyecto, es decir, en aquello que se anhela ser pero que aún no se es en absoluto. La naturaleza humana consiste, pues, en ser aquello que todavía no se es (pero que se anhela ser), en el ensayo para llegar a ser algo. Cada ser humano es la causa de sí mismo, porque debe decidir qué quiere llegar a ser. o bien por sus propios medios, o bien optando por alguna de las posibilidades que le ofrecen sus semejantes. El ser humano es libertad pura, no teniendo, por tanto, una identidad definitiva: ahora es de un modo, pero es capaz de ser de otra manera.

En consecuencia, la verdadera naturaleza humana no se asemeja a la del resto de los seres. La naturaleza humana no es ni cuerpo ni alma, que forman parte de la circunstancia del ser humano. No es cuerpo, desde luego, porque, al contrario, el cuerpo es aquello en donde el ser humano debe vivir. Ahora bien, tampoco es alma, puesto que ha de servirse de ella para vivir.

Tampoco puede afirmarse que la naturaleza humana consista en su pasado. que complementa al presente, y cuyo emisor fundamental es la sociedad. También las creencias en las que vive el ser humano vienen dadas por el pasado, yen tal sentido, su emisor principal es la sociedad. Las creencias que vivifican al ser humano coinciden asimismo con el pasado y sustentan su vida: es ahí justamente donde el ser humano debe realizar su capacidad de elección y optar entre las posibilidades que se le ofrecen.

No obstante, los proyectos carecen de sentido si no hay sujeto que se haga con ellos. Según Ortega, el ser humano es la voluntad absoluta de ser, incluso la de ser de talo cual manera. En la medida en que se esfuerce a ser, el ser humano es, puesto que, de lo contrario, no podría ser.

- La circunstancia

Ortega denomina con el término circunstancia aquel espacio antropológico en que se desarrolla la vida humana, es decir, el mundo vital en que se halla inmerso el sujeto. Ese término da a entender todo aquello que no sea el yo, o sea, el mundo físico circundante, la cultura, la historia, la sociedad. También son circunstancias el cuerpo y la mente, las facultades mentales y las habilidades físicas, los perfiles psicológicos y la personalidad, puesto que, de hecho hemos de considerarlos a todos como dados en gran medida. A fin de cuentas, la circunstancia es el ámbito al que el yo debe enfrentarse, ese ámbito en que los problemas pueden convertirse en ayuda u obstáculo para el proyecto existencial de cada individuo. La circunstancia es, pues, el conjunto de las facilidades y de los obstáculos con que se las ve nuestro proyecto existencial.

No podemos elegir nuestra circunstancia, ni diseñarla de antemano; nos hallamos inmersos en ella. No podemos, en efecto, elegir en qué época histórica nacer, ni en qué cultura o sociedad vivir, ni mucho menos qué cuerpo o qué rasgos psicológicos tener. La circunstancia está compuesta por los contenidos de nuestras creencias, ésas que conforman nuestra realidad verdadera. 

3.2. Superación del racionalismo: el problema vital y la razón histórica. Vida e historia

Ortega criticó el racionalismo aduciendo que tanto las filosofías de Platón, Aristóteles, Descartes, Spinoza o Leibniz como las doctrinas que se han derivado de esos sistemas de pensamiento son falsos, y que, en todo caso, se les ha concedido una desmedida importancia.

Según el racionalismo filosófico, la VERDAD es absoluta e invariable, de tal forma que sólo la razón humana está capacitada para conocerla, es decir, aquélla que carece de vida. Así pues, el racionalismo abre un abismo entre la vida concreta del ser humano y su actividad racional.

El racionalismo, pues, es contrario a la vida y a la historia. Según esa visión, incluso la historia no sería sino una simple secuencia de sucesos y acontecimientos, que, en propiedad, debería ser superado para superar, a su vez, los obstáculos que se derivan de ella.

a) Características de la razón vital

- Historicidad

La razón vital es histórica. La vida es una actividad que ha de realizarse mediante la elección de las múltiples posibilidades que cada situación nos ofrece; ahora bien, esa elección no puede efectuarse sin una reflexión previa. La vida consiste, por tanto, en un razonamiento frente a las circunstancias. En eso consiste, precisamente, el hacer uso de la razón vital. Si nos negamos a ella, negamos la vida misma.

Puesto que la vida es temporal e histórica, la razón vital también lo es. Para saber por qué un individuo es como es, hemos de observar su propio devenir histórico. Todos los seres humanos proyectan un plan vital frente a las circunstancias. Así pues, antes o después, el individuo se percata de las carencias del proyecto que ha diseñado, pergeñado o realizado, de modo que emprende otro proyecto, según las circunstancias del momento, considerando las fallas de sus proyectos anteriores, para poder superarlos en el futuro. A este programa le seguirá otro, y así, sucesivamente. La vida humana está repleta de múltiples experiencias, contradictorias a veces, de manera que si queremos saber en qué consiste la vida, hemos de servirnos necesariamente de la razón vital. 

- El proceso histórico y las generaciones

Según Ortega, en un tiempo histórico concreto, hay jóvenes, adultos y ancianos. Ello significa que cada presente histórico supone que hay tres dimensiones vitales fundamentales y, en consecuencia, tres tiempos vitales: el de los jóvenes de veinte años, el de los adultos de cuarenta, y el de los ancianos de sesenta. Todas las personas que comparten tiempo histórico son contemporáneas, aunque no sean coetáneas. Son coetáneas las personas que comparten problemas e ideas, es decir, aquéllas que emprenden una misión común en la construcción de un mundo semejante.

Todos los coetáneos forman una generación, que, según Ortega, dura quince años. Ahora bien, la historia cambia como consecuencia de ese desequilibrio interior, cuya causa es, precisamente, el tiempo vital. Si todos los contemporáneos fuesen coetáneos, sería impensable cualquier cambio -fundamental, radical-, de modo que la propia historia se colapsaría.

En resumen, Ortega intentó hallar la razón inherente a la historia en la historia misma. Según esa visión, los sucesos no serán tales hasta que se estudie por qué han ocurrido -contra la razón puramente física que se encarga exclusivamente de su descripción.

- La razón vital y el concepto de verdad

Si analizamos detalladamente la teoría raciovitalista, nos encontraremos con la siguiente concepción orteguiana de la verdad:

- La verdad en el ámbito moral: la vida real. Este tipo de verdad está relacionado con la moral. El ser humano debe elegir entre todas las posibilidades que se le presentan en cada momento de su vida. Esa elección ha de tomarse muy en serio, pues implica consecuencias muy graves, razón por la cual se ha de actuar muy atentamente, para que la elección que se haga traiga como consecuencia lo mejor o lo más significativo para nuestra existencia, es decir, lo más auténtico. De no ser así, el individuo se engaña a sí mismo y falsifica la verdadera realidad en que actúa.

- La verdad en el ámbito científico: la provisionalidad. Los resultados de la investigación científica son verdaderos no porque lo sean definitivamente, sino porque parte de las verdades del pasado para confirmarlas o refutarlas, de tal forma que suponen pasos hacia adelante en la historia de la humanidad. La realidad humana no es algo que esté dado de antemano, sino una construcción que hace el ser humano a partir de los materiales de que dispone, de modo que la verdad acerca de esa realidad cambia también constantemente.

3.3. Ideas y creencias

Primero, hay que distinguir dos tipos de ideas: por un lado, las creencias: por otro lado, los pensamientos o las ideas propiamente dichas. Pues bien, las creencias son nuestras opiniones más íntimas, aquéllas que se nos aparecen como complementarias a la realidad las que nos ofrecen la forma de situarnos en el mundo. ~o las defendemos siquiera, tan íntimamente ligadas están a nosotros: estamos, pues, en ellas. Del mismo modo que no nos damos cuenta de nuestra salud hasta que padecemos una enfermedad igualmente no nos damos cuenta de las creencias que nos sostienen. Las creencias nos informan acerca del estado de la realidad, de esa realidad de la que ni siquiera nos es preciso reflexionar.

Según dice Ortega, estamos en las creencias a pesar de que pensemos lo contrario. Las ideas se tienen; las creencias, en cambio, son como el aire que respiramos, tan cercanas a nosotros, que ni siquiera precisamos pensarlas. Desde ese punto de vista, creemos que mañana va a alumbrar el solo que fuera de casa está la calle.

Hemos recibido, pues, las creencias, que ya estaban ahí antes de que nosotros existiéramos. Asimismo, las creencias son idénticas para un grupo humano dado. En definitiva, la vida humana está conformada por una serie de creencias que se han ido conviniendo en soluciones que cada individuo ha dado a un conjunto de problemas de una época determinada.

En efecto, el individuo se da cuenta de que existen creencias tan creíbles y aceptables como las suyas, por muy contrarias que sean respecto de las suyas: es entonces cuando deja de reverenciar a las creencias tradicionales, abandonando la fe en sus antepasados. Así pues, sus creencia más habituales dejan de ser "reales”, y el individuo se queda perplejo. Las creencias que ha mantenido hasta ese momento han sido meras elucubraciones, invenciones que luchan entre sí. De esta manera, el ser humano empieza a dudar.

La duda siempre operará de un modo o de otro dentro de las ideas, razón por la que debemos reconstruirlas o defenderlas constantemente, hasta que acaban convirtiéndose en creencias, que ya no requieren de defensa tan íntimamente enraizadas como están a nuestras vidas. Justamente por eso no valoramos la posibilidad de coincidir con ellas, o de actuar según ellas: simplemente vivimos en ellas. Sin embargo, juzgamos oportuno estar de acuerdo con ciertas ideas: precisamente porque no vivimos en ellas debemos empeñarnos en esa tarea. En cualquier caso, podemos hacer que las creencias se conviertan en ideas, cuando pensamos o reflexionamos conscientemente en ellas. De esta forma, la invulnerabilidad de las creencias se ve seriamente dañado.

CREENCIAS 

Las características principales que atribuye a este tipo de pensamientos son las siguientes:

1. Las creencias y las ideas son vivencias que pertenecen al mismo género: no son sentimientos, ni voliciones, pertenecen a la esfera cognoscitiva de nuestro yo, son pensamientos. Que un pensamiento sea creencia o idea depende del papel que tenga en la vida del sujeto; por lo tanto la diferencia entre uno y otro tipo de pensamiento es relativa, relativa a su significación en la vida de cada persona, al arraigo que dicho pensamiento tiene en su mente. El mismo pensamiento puede ser creencia o idea: las primeras noticias científicas que de la Luna tiene un niño las vive como ideas, con el tiempo, con el vivir en sociedad, estas ideas se instalarán en su mente en la forma de creencias.

2. No hay que limitar las creencias, como sin embargo se suele hacer, a la esfera de la religión: hay creencias religiosas, pero también científicas, filosóficas y relativas a la esfera de la vida cotidiana (nuestras creencias relativas a los poderes causales de las cosas de nuestro entorno cotidiano, por ejemplo).

3. A diferencia de las ideas, que son pensamientos explícitos, las creencias no siempre se formulan expresamente. No se quiere decir que nunca se pueda ser consciente de ellas; se quiere decir, simplemente, que operan desde el fondo de nuestra mente, que las damos por supuestas, que contamos con ellas. Contamos con ellas tanto cuando pensamos –son los supuestos básicos de nuestras argumentaciones – como cuando actuamos –son los supuestos básicos de nuestra conducta. Con esta tesis Ortega se enfrenta al intelectualismo: el intelectualismo tendía a considerar que los pensamientos conscientes son los que determinan nuestra vida; ahora Ortega señala que esto no es así, pues nuestro comportamiento depende de nuestras creencias y éstas apenas son objeto de nuestro pensamiento consciente. Cuando caminamos por la calle actuamos creyendo que el suelo es rígido, que podemos pasear sin que nos “hundamos” en él. Destacar algo tan obvio parece absurdo, y esto es así, dice Ortega, por la fuerza de esta convicción, por ser esta creencia algo totalmente arraigado en nuestro yo. No somos conscientes de este pensamiento, pero lo tenemos pues “contamos con él”. En las creencias “vivimos, nos movemos y somos”.

4. Normalmente no llegamos a ellas como consecuencia de la actividad intelectual, de la fuerza de la persuasión racional; se instalan en nuestra mente como se instalan en nuestra voluntad ciertas inclinaciones, ciertos usos, fundamentalmente por herencia cultural, por la presión de la tradición y de la circunstancia. Las creencias son las ideas que están en el ambiente, que pertenecen a la época o generación que nos ha tocado vivir. Las creencias no se pueden eliminar a partir de argumentos concretos, sólo se eliminan por otras creencias.

5. Identificamos la realidad con lo que nos ofrecen nuestras creencias. “Lo que solemos llamar mundo real o “exterior” no es la nuda, auténtica y primaria realidad con que el hombre se encuentra, sino que es ya una interpretación dada por él a esa realidad, por lo tanto, una idea. Esta idea se ha consolidado en creencia. Creer en una idea significa creer que es la realidad, por lo tanto, dejar de verla como mera idea. Pero claro es que esas creencia comenzaron por “no ser más” que ocurrencias o ideas sensu stricto.” Ortega considera que la realidad y las creencias están relacionadas estrechamente: lo que para nosotros es real depende de lo que nosotros creamos, de nuestro sistema de creencias. Así, la realidad que llamamos Tierra es algo muy distinto para un científico que para un campesino de la época de Homero. Para el primero es algo físico, una cosa más de entre todas las del sistema planetario, para el segundo era un dios, un ser vivo al que se podía rendir culto y reclamar auxilio. Con nuestras creencias damos un sentido a la vida que nos toca vivir, a cada una de las cosas que experimentamos; ellas son el suelo en el que se asientan y del que parten todos nuestros afanes, todos nuestros proyectos: “las ideas se tienen y en las creencias se vive”.

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