lunes, 16 de mayo de 2016

9. EL PENSAMIENTO DE ORTEGA Y GASSET

El pensamiento del filósofo español Ortega y Gasset se divide en 3 etapas:

1. El objetivismo (1902 - 1914)

Según Ortega, son dos las tendencias que alejan a España de Europa: por un lado, aquella según la cual se prefiere hacer “literatura en lugar de forjar un trabajo profundo de pensamiento, y, por otro lado, aquella según la cual se tiende a discutir acerca de temas ligeros. Para corregir ambas tendencias, Ortega propuso la disciplina del objetivismo, pues en su opinión, para superar la situación de atraso social, político, técnico y cultural en que estaba sumido el país, era necesario que las actitudes intelectuales europeas acabaran enraizándose en España. En efecto, el filósofo madrileño pensaba que el proceso de decadencia de España era debido, sobre todo, a su atraso científico. De hecho, era la ciencia la que diferenciaba a Europa del resto del mundo (también de España, que nunca se consideró europea) y lo que le confería su superioridad moral. La ciencia es el resultado de la disciplina intelectual y base, por tanto, del objetivismo, para el que es preciso desarrollar una serie de aptitudes: en primer lugar, rigor y método; en segundo lugar, actitud crítica; y en tercer lugar, racionalismo. A través de esas “recetas", según Ortega, a España se le curaría el subjetivismo que padecía tan gravemente.

La falta de rigor y de método nos conduce a discusiones estériles, por lo que es preciso determinar adecuadamente las reglas que han de regirlas, definirlas rigurosamente. Para hacer ciencia, resulta necesario, como descubrió Descartes, establecer un método. Pero es igualmente necesario tener una actitud crítica, ya que no basta con tener “buena intención". La falta de actitud crítica lleva a pensar con las vísceras en vez de hacerlo con la cabeza. El tercer “ingrediente” necesario para encauzar la disciplina intelectual es el racionalismo, que no es propiedad exclusiva de los europeos, puesto que puede hallarse en cualquier otro pueblo o cultura. Por consiguiente, cuanto más sistemáticas sean nuestras creencias, más rigurosas serán nuestras teorías acerca de los objetos de la realidad. Si introducimos en una red conceptual común los objetos que percibimos, llegaremos a construir una ciencia poderosa y unificadora. 

Para que nuestras investigaciones sobre las cosas resulten del máximo provecho, es necesario que ejercitemos nuestra capacidad de conocimiento. Gracias a nuestras aptitudes teóricas, los seres humanos reconstruimos las cosas en el pensamiento. Para ello, es imprescindible tomar distancia respecto de las cosas, situarse en un punto de vista adecuado, para lo cual conviene considerar las cosas de manera objetiva: las cosas deben convenirse en objetos privilegiados de nuestra actividad teórica; debemos observarlas desde el páramo de la abstracción, para que así podamos conocerlas racionalmente.

Sin duda, en esta primera etapa, el joven Ortega propuso un modelo de conocimiento que pudiera servir a la ciencia que se hacía en España y que tenía mermas muy considerables.
Por otro lado, cuando los seres humanos se distancian de la excelencia, comienza un proceso de decadencia social. Cuando la masa deja de querer serlo y cuando cada uno de sus miembros, dejándose llevar por la envidia, ambiciona arrebatar el poder a quienes están por encima de ellos, la sociedad, irremediablemente, acaba por destruirse.

Las sociedades crean Estados para poder vivir mejor. Para que una nación sea suficientemente poderosa, es preciso que una minoría bien elegida organice a toda una masa de gente. Se trata, en realidad, de una ley social parecida a las leyes que existen en la física: cuando los líquidos se mezclan, su ordenación posterior se establece según la densidad. Asimismo, en la sociedad se imponen los individuos notables, bajo los cuales se concentra la masa. Ahora bien, conviene no confundir los conceptos de élite y de masa con los de ricos y pobres. La élite ha de poseer la virtud de la excelencia y, por tanto, ser modélica; la masa, en cambio, aun anhelando llegar a ese estado de excelencia, debe mostrarse dócil y obediente. 

En consecuencia, la sociedad ha de ser sociedad antes de ser justa, para lo cual es necesario que la masa sea masa, aunque no abandone su anhelo de mejorar y de aprender. Todo ello se obtiene como consecuencia de una buena siembra; en efecto, la verdadera revolución es consecuencia la educación. Ahora bien, ¿qué les ocurre a los españoles según Ortega? Cuando aparece alguien con un nivel intelectual superior al normal. en lugar de admirarlo, se lo tacha de soberbio, aduciendo que hace sobresalir la ignorancia del resto de la población.

Ortega se mostró contrario a la democracia de su época. Según el filósofo, la democracia debía consistir exclusivamente en la aceptación por parte del pueblo de aquellos que estaban llamados a gobernar el país. El pueblo no interviene realmente en el proceso de elección. Para Ortega, lo realmente importante es identificar a esas personas a la élite y elegirlas. Ahora bien, conviene no olvidar que el Estado ha de gozar de la legitimidad que se deriva de su aceptación por parte de la masa.

2. El perspectivismo (1914 - 1923)

Aquél que observa la realidad lo hace desde su punto de vista. El punto de vista o la perspectiva de cada uno resulta, pues, el componente fundamental de toda realidad, siendo imposible determinar que un punto de vista sea superior a otro. Por consiguiente, la teoría del perspectivismo reivindica la pluralidad de las perspectivas para interpretar la realidad. En consecuencia, la verdad absoluta, es decir, una visión total de la realidad no será sino la combinación organizada de todas las imágenes que se tengan de ella. Cada imagen representa un aspecto determinado de la realidad. La VERDAD, por tanto, se obtendrá poco a poco, paulatinamente, a medida que se vayan recomponiendo los fragmentos ofrecidos por cada punto de vista.

Las opiniones de una persona son valiosas, no porque coincidan con las mías, sino por tocio lo contrario, es decir, porque no coinciden con mis posturas. En efecto, esos desacuerdos son la muestra de la autonomía del pensamiento de las personas; la autonomía ajena complementa la mía. Así pues, Ortega subraya la relevancia de aceptar los puntos de vista ajenos: las imágenes que se forman otras personas tienen el mismo derecho a la existencia que puedan tener las mías, no porque sean perfectas, sino porque siendo distintas, vienen a complementar las mías. La tolerancia así entendida es un valor fundamental para la convivencia social.
 
En efecto, frente al idealismo -que resalta la supremacía del yo sobre las cosas- y frente al realismo -que remarca que las cosas tienen una esencia propia más allá del yo-, Ortega propuso la alternativa epistemológica consistente en unificar el yo y las cosas: el yo da vida a las cosas. Así, la percepción de la realidad se basa fundamentalmente en asociaciones o combinaciones de cosas. Más tarde, en la llamada etapa raciovitalista de Ortega, la interacción entre el yo y las cosas se vinculó a la noción de Vida, desde el punto de vista de que la vida es realidad radical.

Por otro lado, por medio de la doctrina perspectivista, el filósofo madrileño adaptó la reflexión filosófica a sus múltiples ángulos, desde los que pueda hacerse frente después a las necesidades de los tiempos que corren a partir de la investigación científica que está cada vez más fragmentada. Así, en vez de limitar, concretar o reducir, conviene que simplemente busquemos, es decir, que vayamos unificando las ideas.

El perspectivismo nos ofrece el mejor enfoque para observar la realidad-tomándola en conjunto-, puesto que la unificación respecto de las cosas nos incluye a nosotros mismos y también a cualquiera que las observe desde su perspectiva particular.

3. El raciovitalismo (1923 - 1955)

Como consecuencia del desarrollo del perspectivismo, Ortega creó, en su época de madurez, la doctrina raciovitalista.

Para establecer una visión raciovitalista, Ortega criticó primeramente tanto el vitalismo como el racionalismo,  para sintetizarlos después en una teoría única. Por tanto,  como hemos señalado, esta etapa no es en realidad el final de la anterior, sino su concreción, puesto que Ortega toma de aquélla lo que considera más valioso: la perspectiva vital y la perspectiva racional. 

La primera es la realidad dada; la segunda se corresponde con el intento por comprender aquella realidad. Las dos perspectivas tienen características comunes: por un lado, su esencial radicalidad, y. por otro lado, el servir de base para cualquier otra perspectiva. La vital es una perspectiva esencialmente radical, porque se refiere a la raíz misma de la vida, en tanto que la racional es igualmente radical,  porque ofrece la forma que permite al ser humano conocer las raíces de la vida. 

3.1. La superación del vitalismo: la realidad radical

En este caso, el término engloba a tres corrientes distintas:

- Teoría del conocimiento que se deriva del planteamiento según el cual los procesos biológicos regidos por leyes orgánicas son generales. Así, la filosofía no sería sino una parte de la biología. Esta tendencia englobaría, según Ortega, al positivismo, al pragmatismo y al empirio-criticismo de Avenarius y Mach.

- Teoría que postula que el modo de conocimiento más importante no es el racional, aduciendo para ello que nuestra relación respecto de la realidad es mucho más inmediata e intuitiva. Según esta teoría, la propia vida sería un tipo de conocimiento que supera lía al método racional. Según Ortega, la de Bergson sería una obra representativa de esta tendencia.

- Teoría que defiende que el conocimiento siempre tiene carácter racional, cuyo objeto de investigación sería la propia vida. Según este punto de vista, los problemas sobre las relaciones entre la razón y la vida conforman el meollo fundamental de la filosofía.

Ortega, en realidad, aceptaba exclusivamente la tercera de esas tres tendencias, según la cual nos servimos de la razón en su aspecto más fundamental (Lo racional es una breve isla rodeada de irracionalidad por todas partes). Así pues, no cabría menospreciar la racionalidad.

Si bien la filosofía vitalista basada en la doctrina de Ortega reconoce la primacía de la vida, lo cierto es que tampoco se desdeñan los éxitos debidos a la razón. Ortega escapa, por tanto, de irracionalismos fáciles. Ahora bien, para hacer frente al irracionaIismo, es preciso determinar qué es la vida para Ortega.

a) La realidad radical

Según Ortega, «la realidad radical» es aquella realmente, absolutamente total y esencial. en cuya base se sostienen el resto de los planos de la realidad; sirve, pues. de fundamento para todas las demás. Como ya hemos señalado, nos estamos refiriendo a la vida humana, es decir, a las tareas vitales concretas de los seres humanos.

Su característica principal es supranatural: el hombre está obligado a llenar de contenido la vida desnuda (la página en blanco) que se le ha dado, de tal modo que ha de elegir necesariamente un proyecto vital, un programa. Eso es justamente lo que el ser humano siente como más íntimamente suyo, su verdadero ser, su yo.

En consecuencia, la vida humana consiste en cumplir -concretar, realizar- el proyecto que, en la medida en que lo permitan las circunstancias, decide emprender cada uno. La vida es puro actuar, en el proceso en el que cada yo conforma (diseña) su guión de vida. La vida no es ni contemplación ni pensamiento ni teoría. Primero se impone el actuar, y luego, el reflexionar. Por decirlo de otro modo, la vida prevalece porque es prioritaria, o como dicen los filósofos, la vida tiene prioridad ontológica sobre el pensamiento. La razón se sostiene sobre algo; sólo acerca de algo cabe hablar racionalmente. Pero, ¿sobre qué? Pues bien, sobre la vida, la de cada uno de nosotros, la mía, aquélla que, por serme propia, es absolutamente intransferible.

Según Ortega, la vida es la suma del yo y de las circunstancias.

- El Yo

Tal y como hemos dicho, el yo de cada ser humano consiste en su proyecto, es decir, en aquello que se anhela ser pero que aún no se es en absoluto. La naturaleza humana consiste, pues, en ser aquello que todavía no se es (pero que se anhela ser), en el ensayo para llegar a ser algo. Cada ser humano es la causa de sí mismo, porque debe decidir qué quiere llegar a ser. o bien por sus propios medios, o bien optando por alguna de las posibilidades que le ofrecen sus semejantes. El ser humano es libertad pura, no teniendo, por tanto, una identidad definitiva: ahora es de un modo, pero es capaz de ser de otra manera.

En consecuencia, la verdadera naturaleza humana no se asemeja a la del resto de los seres. La naturaleza humana no es ni cuerpo ni alma, que forman parte de la circunstancia del ser humano. No es cuerpo, desde luego, porque, al contrario, el cuerpo es aquello en donde el ser humano debe vivir. Ahora bien, tampoco es alma, puesto que ha de servirse de ella para vivir.

Tampoco puede afirmarse que la naturaleza humana consista en su pasado. que complementa al presente, y cuyo emisor fundamental es la sociedad. También las creencias en las que vive el ser humano vienen dadas por el pasado, yen tal sentido, su emisor principal es la sociedad. Las creencias que vivifican al ser humano coinciden asimismo con el pasado y sustentan su vida: es ahí justamente donde el ser humano debe realizar su capacidad de elección y optar entre las posibilidades que se le ofrecen.

No obstante, los proyectos carecen de sentido si no hay sujeto que se haga con ellos. Según Ortega, el ser humano es la voluntad absoluta de ser, incluso la de ser de talo cual manera. En la medida en que se esfuerce a ser, el ser humano es, puesto que, de lo contrario, no podría ser.

- La circunstancia

Ortega denomina con el término circunstancia aquel espacio antropológico en que se desarrolla la vida humana, es decir, el mundo vital en que se halla inmerso el sujeto. Ese término da a entender todo aquello que no sea el yo, o sea, el mundo físico circundante, la cultura, la historia, la sociedad. También son circunstancias el cuerpo y la mente, las facultades mentales y las habilidades físicas, los perfiles psicológicos y la personalidad, puesto que, de hecho hemos de considerarlos a todos como dados en gran medida. A fin de cuentas, la circunstancia es el ámbito al que el yo debe enfrentarse, ese ámbito en que los problemas pueden convertirse en ayuda u obstáculo para el proyecto existencial de cada individuo. La circunstancia es, pues, el conjunto de las facilidades y de los obstáculos con que se las ve nuestro proyecto existencial.

No podemos elegir nuestra circunstancia, ni diseñarla de antemano; nos hallamos inmersos en ella. No podemos, en efecto, elegir en qué época histórica nacer, ni en qué cultura o sociedad vivir, ni mucho menos qué cuerpo o qué rasgos psicológicos tener. La circunstancia está compuesta por los contenidos de nuestras creencias, ésas que conforman nuestra realidad verdadera. 

3.2. Superación del racionalismo: el problema vital y la razón histórica. Vida e historia

Ortega criticó el racionalismo aduciendo que tanto las filosofías de Platón, Aristóteles, Descartes, Spinoza o Leibniz como las doctrinas que se han derivado de esos sistemas de pensamiento son falsos, y que, en todo caso, se les ha concedido una desmedida importancia.

Según el racionalismo filosófico, la VERDAD es absoluta e invariable, de tal forma que sólo la razón humana está capacitada para conocerla, es decir, aquélla que carece de vida. Así pues, el racionalismo abre un abismo entre la vida concreta del ser humano y su actividad racional.

El racionalismo, pues, es contrario a la vida y a la historia. Según esa visión, incluso la historia no sería sino una simple secuencia de sucesos y acontecimientos, que, en propiedad, debería ser superado para superar, a su vez, los obstáculos que se derivan de ella.

a) Características de la razón vital

- Historicidad

La razón vital es histórica. La vida es una actividad que ha de realizarse mediante la elección de las múltiples posibilidades que cada situación nos ofrece; ahora bien, esa elección no puede efectuarse sin una reflexión previa. La vida consiste, por tanto, en un razonamiento frente a las circunstancias. En eso consiste, precisamente, el hacer uso de la razón vital. Si nos negamos a ella, negamos la vida misma.

Puesto que la vida es temporal e histórica, la razón vital también lo es. Para saber por qué un individuo es como es, hemos de observar su propio devenir histórico. Todos los seres humanos proyectan un plan vital frente a las circunstancias. Así pues, antes o después, el individuo se percata de las carencias del proyecto que ha diseñado, pergeñado o realizado, de modo que emprende otro proyecto, según las circunstancias del momento, considerando las fallas de sus proyectos anteriores, para poder superarlos en el futuro. A este programa le seguirá otro, y así, sucesivamente. La vida humana está repleta de múltiples experiencias, contradictorias a veces, de manera que si queremos saber en qué consiste la vida, hemos de servirnos necesariamente de la razón vital. 

- El proceso histórico y las generaciones

Según Ortega, en un tiempo histórico concreto, hay jóvenes, adultos y ancianos. Ello significa que cada presente histórico supone que hay tres dimensiones vitales fundamentales y, en consecuencia, tres tiempos vitales: el de los jóvenes de veinte años, el de los adultos de cuarenta, y el de los ancianos de sesenta. Todas las personas que comparten tiempo histórico son contemporáneas, aunque no sean coetáneas. Son coetáneas las personas que comparten problemas e ideas, es decir, aquéllas que emprenden una misión común en la construcción de un mundo semejante.

Todos los coetáneos forman una generación, que, según Ortega, dura quince años. Ahora bien, la historia cambia como consecuencia de ese desequilibrio interior, cuya causa es, precisamente, el tiempo vital. Si todos los contemporáneos fuesen coetáneos, sería impensable cualquier cambio -fundamental, radical-, de modo que la propia historia se colapsaría.

En resumen, Ortega intentó hallar la razón inherente a la historia en la historia misma. Según esa visión, los sucesos no serán tales hasta que se estudie por qué han ocurrido -contra la razón puramente física que se encarga exclusivamente de su descripción.

- La razón vital y el concepto de verdad

Si analizamos detalladamente la teoría raciovitalista, nos encontraremos con la siguiente concepción orteguiana de la verdad:

- La verdad en el ámbito moral: la vida real. Este tipo de verdad está relacionado con la moral. El ser humano debe elegir entre todas las posibilidades que se le presentan en cada momento de su vida. Esa elección ha de tomarse muy en serio, pues implica consecuencias muy graves, razón por la cual se ha de actuar muy atentamente, para que la elección que se haga traiga como consecuencia lo mejor o lo más significativo para nuestra existencia, es decir, lo más auténtico. De no ser así, el individuo se engaña a sí mismo y falsifica la verdadera realidad en que actúa.

- La verdad en el ámbito científico: la provisionalidad. Los resultados de la investigación científica son verdaderos no porque lo sean definitivamente, sino porque parte de las verdades del pasado para confirmarlas o refutarlas, de tal forma que suponen pasos hacia adelante en la historia de la humanidad. La realidad humana no es algo que esté dado de antemano, sino una construcción que hace el ser humano a partir de los materiales de que dispone, de modo que la verdad acerca de esa realidad cambia también constantemente.

3.3. Ideas y creencias

Primero, hay que distinguir dos tipos de ideas: por un lado, las creencias: por otro lado, los pensamientos o las ideas propiamente dichas. Pues bien, las creencias son nuestras opiniones más íntimas, aquéllas que se nos aparecen como complementarias a la realidad las que nos ofrecen la forma de situarnos en el mundo. ~o las defendemos siquiera, tan íntimamente ligadas están a nosotros: estamos, pues, en ellas. Del mismo modo que no nos damos cuenta de nuestra salud hasta que padecemos una enfermedad igualmente no nos damos cuenta de las creencias que nos sostienen. Las creencias nos informan acerca del estado de la realidad, de esa realidad de la que ni siquiera nos es preciso reflexionar.

Según dice Ortega, estamos en las creencias a pesar de que pensemos lo contrario. Las ideas se tienen; las creencias, en cambio, son como el aire que respiramos, tan cercanas a nosotros, que ni siquiera precisamos pensarlas. Desde ese punto de vista, creemos que mañana va a alumbrar el solo que fuera de casa está la calle.

Hemos recibido, pues, las creencias, que ya estaban ahí antes de que nosotros existiéramos. Asimismo, las creencias son idénticas para un grupo humano dado. En definitiva, la vida humana está conformada por una serie de creencias que se han ido conviniendo en soluciones que cada individuo ha dado a un conjunto de problemas de una época determinada.

En efecto, el individuo se da cuenta de que existen creencias tan creíbles y aceptables como las suyas, por muy contrarias que sean respecto de las suyas: es entonces cuando deja de reverenciar a las creencias tradicionales, abandonando la fe en sus antepasados. Así pues, sus creencia más habituales dejan de ser "reales”, y el individuo se queda perplejo. Las creencias que ha mantenido hasta ese momento han sido meras elucubraciones, invenciones que luchan entre sí. De esta manera, el ser humano empieza a dudar.

La duda siempre operará de un modo o de otro dentro de las ideas, razón por la que debemos reconstruirlas o defenderlas constantemente, hasta que acaban convirtiéndose en creencias, que ya no requieren de defensa tan íntimamente enraizadas como están a nuestras vidas. Justamente por eso no valoramos la posibilidad de coincidir con ellas, o de actuar según ellas: simplemente vivimos en ellas. Sin embargo, juzgamos oportuno estar de acuerdo con ciertas ideas: precisamente porque no vivimos en ellas debemos empeñarnos en esa tarea. En cualquier caso, podemos hacer que las creencias se conviertan en ideas, cuando pensamos o reflexionamos conscientemente en ellas. De esta forma, la invulnerabilidad de las creencias se ve seriamente dañado.

CREENCIAS 

Las características principales que atribuye a este tipo de pensamientos son las siguientes:

1. Las creencias y las ideas son vivencias que pertenecen al mismo género: no son sentimientos, ni voliciones, pertenecen a la esfera cognoscitiva de nuestro yo, son pensamientos. Que un pensamiento sea creencia o idea depende del papel que tenga en la vida del sujeto; por lo tanto la diferencia entre uno y otro tipo de pensamiento es relativa, relativa a su significación en la vida de cada persona, al arraigo que dicho pensamiento tiene en su mente. El mismo pensamiento puede ser creencia o idea: las primeras noticias científicas que de la Luna tiene un niño las vive como ideas, con el tiempo, con el vivir en sociedad, estas ideas se instalarán en su mente en la forma de creencias.

2. No hay que limitar las creencias, como sin embargo se suele hacer, a la esfera de la religión: hay creencias religiosas, pero también científicas, filosóficas y relativas a la esfera de la vida cotidiana (nuestras creencias relativas a los poderes causales de las cosas de nuestro entorno cotidiano, por ejemplo).

3. A diferencia de las ideas, que son pensamientos explícitos, las creencias no siempre se formulan expresamente. No se quiere decir que nunca se pueda ser consciente de ellas; se quiere decir, simplemente, que operan desde el fondo de nuestra mente, que las damos por supuestas, que contamos con ellas. Contamos con ellas tanto cuando pensamos –son los supuestos básicos de nuestras argumentaciones – como cuando actuamos –son los supuestos básicos de nuestra conducta. Con esta tesis Ortega se enfrenta al intelectualismo: el intelectualismo tendía a considerar que los pensamientos conscientes son los que determinan nuestra vida; ahora Ortega señala que esto no es así, pues nuestro comportamiento depende de nuestras creencias y éstas apenas son objeto de nuestro pensamiento consciente. Cuando caminamos por la calle actuamos creyendo que el suelo es rígido, que podemos pasear sin que nos “hundamos” en él. Destacar algo tan obvio parece absurdo, y esto es así, dice Ortega, por la fuerza de esta convicción, por ser esta creencia algo totalmente arraigado en nuestro yo. No somos conscientes de este pensamiento, pero lo tenemos pues “contamos con él”. En las creencias “vivimos, nos movemos y somos”.

4. Normalmente no llegamos a ellas como consecuencia de la actividad intelectual, de la fuerza de la persuasión racional; se instalan en nuestra mente como se instalan en nuestra voluntad ciertas inclinaciones, ciertos usos, fundamentalmente por herencia cultural, por la presión de la tradición y de la circunstancia. Las creencias son las ideas que están en el ambiente, que pertenecen a la época o generación que nos ha tocado vivir. Las creencias no se pueden eliminar a partir de argumentos concretos, sólo se eliminan por otras creencias.

5. Identificamos la realidad con lo que nos ofrecen nuestras creencias. “Lo que solemos llamar mundo real o “exterior” no es la nuda, auténtica y primaria realidad con que el hombre se encuentra, sino que es ya una interpretación dada por él a esa realidad, por lo tanto, una idea. Esta idea se ha consolidado en creencia. Creer en una idea significa creer que es la realidad, por lo tanto, dejar de verla como mera idea. Pero claro es que esas creencia comenzaron por “no ser más” que ocurrencias o ideas sensu stricto.” Ortega considera que la realidad y las creencias están relacionadas estrechamente: lo que para nosotros es real depende de lo que nosotros creamos, de nuestro sistema de creencias. Así, la realidad que llamamos Tierra es algo muy distinto para un científico que para un campesino de la época de Homero. Para el primero es algo físico, una cosa más de entre todas las del sistema planetario, para el segundo era un dios, un ser vivo al que se podía rendir culto y reclamar auxilio. Con nuestras creencias damos un sentido a la vida que nos toca vivir, a cada una de las cosas que experimentamos; ellas son el suelo en el que se asientan y del que parten todos nuestros afanes, todos nuestros proyectos: “las ideas se tienen y en las creencias se vive”.

8. EL PENSAMIENTO DE NIETZSCHE

Frente a su pensamiento, ácido e irónico, no cabe la indiferencia. Sus ideas son críticamente demoledoras; no en vano, Nietzsche pretendió en su obra acabar con todos los fundamentos morales de la cultura occidental.

1.1. Critica a la civilización occidental: el Vitalismo

1.1.1. Filosofo de la sospecha


La sospecha de la que habla Nietzsche puede resumirse sucintamente: el camino recorrido durante dos mil años de cristianismo ha corrompido al ser humano. El error humano queda, pues, bajo sospecha, lo cual sitúa a Nietzsche junto a Marx y Freud en el movimiento conocido por el nombre de filosofía de la sospecha. Marx habló de la sospecha derivada del hecho de que las ideas políticas y jurídicas de la sociedad están en manos de la clase dominante; Freud, por su parte, señaló que las causas reales de nuestra conducta no son racionales, quedando bajo sospecha el mismo comportamiento humano, en el que, por decirlo con Freud, juegan un rol más importante aquellos impulsos irracionales que permanecen en la sombra. Pues bien, Nietzsche puso bajo sospecha los modelos que garantizaron durante siglos la pervivencia de ideales científicos, filosóficos y religiosos que, como la idea de verdad o de bien, acabaron por conducir al ser humano a su propia perdición.


En su crítica a la historia occidental, Nietzsche trasluce un extraordinario odio, aunque teñido, eso sí, de una fina ironía y de una incisiva inteligencia. Si bien es verdad que la obra nietzscheana supuso una gran sacudida del pasado, no es menos cierto que en ella se propone un futuro para la sociedad humana; en ese futuro, dice Nietzsche, se impondrá inevitablemente el nihilismo.

Nietzsche aportó sin duda una obra filosófica de gran importancia; por un lado, porque en ella se denunció la corrupción de la situación cultural europea a través de sutilísimos análisis psicológicos; y por otro lado, porque de su demoledora crítica se siguen las condiciones necesarias para la creación de una filosofía acorde con la vida.

1.1.2. Critica de la metafísica

A juicio de Nietzsche, la época trágica de la filosofía llegó a su fin con Sócrates, que dio comienzo a una época en que la razón y, por tanto, la moral cobrarían cada vez mayor importancia. La razón se convirtió en la gran maestra rectora del ser humano y, puesto que sólo aquello digno de conocimiento resulta imprescindible, se desecharon los sentimientos por inservibles. De este modo, el pensamiento surgido en el Siglo de Oro de la filosofía griega condenó los aspectos irracionales y lúdicos de la vida y decretó su indignidad.

Según Nietzsche, la historia de la filosofía adoptó en aquella época dos caminos radicalmente opuestos: uno que se identificaría con el arte trágico, y otro, el inaugurado por Platón, que sería el de la ciencia y la filosofía. Los fragmentos presocráticos, dignos del mejor arte trágico, son para Nietzsche paradigmáticos del primer camino, puesto que en ellos se representa, a través de unas pocas imágenes, la realidad en su conjunto. Todas las cosas nacidas tras el fuego originario se encuentran en constante y perpetuo proceso de cambio, de tal manera que lo múltiple de la realidad se deriva de lo individual primigenio.

La metafísica desdeña, según Nietzsche, el mundo físico que se define por el espacio y el tiempo, y da realidad a aquello que no es más que el producto de la imaginación humana. Para decirlo de otro modo, desconfía de los sentidos porque éstos muestran una realidad en perpetuo cambio: los sentidos son, para el metafísico, enemigos del pensamiento. Ahora bien, Nietzsche piensa que el punto del que se debe partir es precisamente el del movimiento y los sentidos, en lugar de primar aquellas ideas generadas por el concepto y el pensamiento.

1.1.3. Los engaños del lenguaje

Cuando se inventan las palabras, cuando se da un significado concreto y convencional a ciertas palabras, se tiende a pensar, equivocadamente, que se está nombrando una esencia. Ahora bien. pretender aprehender un fragmento de realidad como si se tratara de la realidad en sí es abandonarse a algo que sólo cabe hacer desde el concepto.


Sólo los hombres y mujeres que siguen su intuición y su instinto artístico son capaces de percatarse del engaño de la invariabilidad de las cosas. Por el contrario. aquéllos que se guían por el concepto adoptando una visión científica de la vida acaban engañándose, pues que creen que tras el concepto se encuentra algo que no muta, que permanece como sustancia. Así pues,  la tarea del filósofo consiste en dejar los conceptos tal y como los encontró, empeñando su vida en aprehender intuiciones artísticas.

1.1.4. El Vitalismo: la vida conceptualmente inaprensible 

El Vitalismo hizo una crítica general de los principales conceptos de la metafísica. El propio racionalismo fue criticado por Nietzsche, según el cual el pensamiento embebido en conceptos reduce y desfigura la realidad.

De esta manera, Nietzsche adujo que sólo la estética, es decir, la tragedia, alejada de toda filosofía conceptual, es capaz de aprehender el meollo fundamental de la realidad y de la vida. Sólo la estética. en efecto, puede dibujar los perfiles de lo más esencial de la vida, en la que el nacimiento y la muerte, lo prolífico y lo devorador, aparecen siempre imbricados y mezclados entre sí. Los conceptos nunca alcanzarán a aprehender esa realidad; para ello,  sólo será válido el sentimiento trágico de la vida.
El individuo es, asimismo, un pequeño fragmento de la totalidad vital que aparece en un momento determinado de la historia.

Podemos observar, por lo tanto, que en el otro extremo de esa visión estaría el racionalismo, que, frente al sentimiento estético-trágico de la vida, postula la lógica y una racionalidad puramente cerebral. 

1.2. Lo apolíneo y lo dionisiaco

Apolo y Dionisos son dos símbolos, modelos o dioses que sirven para entender dos posturas contrapuestas ante la vida.

Apolo es el dios de la luz y de la medida, modelo de las formas y las ideas más perfectas. Dionisos, por su parte, representa lo informe y lo desmedido; es el dios de la noche y de los impulsos sexuales. Si bien la contraposición entre ambos resulta evidente, en realidad son mutuamente necesarios, pues la vida que carezca de uno de los dos componentes se rompería por completo. En la tradición filosófica europea prevalece sin duda una visión marcadamente racionalista -en la que es perceptible la larga sombra de Platón-, según la cual la furia, los placeres y las pasiones deben subordinarse al alma racional, puesto que los sentimientos son en sí aborrecibles.

En su crítica a la filosofía occidental Nietzsche reivindicó la necesidad de conciliar ambas tendencias. la apolínea y la dionisiaca, para conseguir equilibrar lo que de ambos habita en el ser humano. No obstante, la racionalidad científico-racionalista (representada por Apolo) hace caso omiso del puro devenir que es el mundo, cuando lo cierto es que no hay ni espíritu ni razón ni verdad salvo en la imaginación humana.

1.3. El Nihilismo y la transmutación de los valores

1.3.1. El Nihilismo

El nihilismo es consecuencia de la muerte de Dios. Los valores tradicionales, que durante siglos cobijaron y ofrecieron luz al ser humano, han quedado ya reducidos a cenizas. Del mismo modo, la trascendencia, rasgo fundamental que antaño diferenciaba al humano del puro animal, está en pleno proceso de decadencia; y lo está, justamente, porque llevaba en su seno la semilla de la derrota.


Ahora bien, existen asimismo otros caminos que conducen al nihilismo como, por ejemplo, la concepción según la cual la historia estaría inevitablemente dirigida hacia una finalidad determinada. Al darse cuenta de que la historia no sigue ningún modelo preestablecido y que no tiene, por tanto, como fin ningún objetivo determinado, el ser humano se desespera y se encoleriza, ante lo cual adopta un fuerte sentimiento nihilista; en definitiva, el ser humano se percata de que el mundo no tiene ni sentido ni explicación satisfactoria.

El individuo juzga constantemente cosas y sucesos, y hace de algunos de esos juicios su modelo de vida, discriminando aquellas cosas que juzga erróneas. Pues bien, aunque no todos los valores que consideramos buenos acaban cumpliéndose, lo cierto es que todos ellos ejercen una indudable influencia, benéfica o maléfica, en nuestras vidas. Sin embargo, ahora que nuestros criterios de evaluación han sufrido un cambio radical, parecerla quizá que el ser humano se ve avocado a precipitarse por el gran barranco del vacío. Nietzsche introduce aquí el estrecho vínculo que une el nihilismo a la voluntad de poder. El nihilismo aparece primeramente en forma pasiva, pero a medida que las ideas dominantes de la cultura van sucumbiendo a la transformación radical de los valores, aparece en el horizonte una forma activa de nihilismo, destruyendo definitivamente los criterios de evaluación más obsoletos.
El ser humano ha dejado efectivamente de creer en las falsas apariencias propuestas por el idealismo. El individuo debe llegar a afirmarse entusiasta y valientemente ante la vida. Entre tanto, la humanidad, que se halla aún atrapada en las garras de un nihilismo pasivo, ha de recorrer cuatro etapas o fases: en la primera de ellas, cuando el individuo se percata de la decadencia de la metafísica. de la religión y de la moral. se hacen grandes esfuerzos por mantenerlos en pie, para que reviva lo que, inevitablemente, está a punto de desaparecer. Después de este fatídico intento. el individuo se hace con los valores del nuevo mundo. y se da cuenta de que la nueva moral es incompatible con los principios del mundo obsoleto que ya ha desaparecido. En una siguiente fase, el ser humano se niega a sí mismo, y afloran en él sentimientos de piedad y de inquina; se conviene, en definitiva. en un ser resentido. como consecuencia de lo cual intenta destruirse. Es entonces cuando ocurre su verdadera transformación y se alcanza la fase final de su proceso de decadencia. momento en el que se crean nuevas creencias. abriéndose definitivamente a un tiempo final de eterno retorno de lo mismo.

En esa nueva sociedad descrita por Nietzsche como aquélla en la que se proclama .la muerte de Dios,. cualquier cosa quedaría permitida para el ser humano, y sólo al vencedor, al perseverante, al más fuerte le correspondería la creación de nuevos valores. Pero lo cieno es que tampoco habría escalas de valores salvo las que se derivaran de la conducta de cada cual y de la voluntad de aquéllos que no se dejaran subyugar por nadie. Por tanto, lo que en realidad propone Nietzsche es la libertad absoluta. Única causa del menosprecio hacia quien detenta el poder. 

1.3.2. La transmutación de valores

a) La moral de los esclavos

El primer resultado del método genealógico es el hallazgo de dos tipos de moral: la de los esclavos y la de los señores.


Desde el punto de vista de la moral de los señores, el bien se define como aquello que mejora al ser humano en su tarea de acometer las virtudes propias y genuinas de la vida. El bien se corresponde con la naturaleza del guerrero, siendo sus características las propias del soldado. El débil, por su parte, es aquél que vive a expensas de los demás, y el malo, según la misma moral, aquél que piensa ingenuamente.

Ahora bien, según Nietzsche, los débiles y oprimidos han conseguido a lo largo de la historia vencer a la moral de los señores imponiendo la de los esclavos, y lo han hecho, dice Nietzsche, gracias a la ayuda de las distintas religiones


La moral de los esclavos no nace, por tanto, del amor hacia la vida, de su afirmación constante, sino del rencor, el resentimiento, el odio, la envidia y la impotencia de los esclavos a los que les está prohibida la acción. Por eso dice Nietzsche que -el bueno- ha sido siempre el pobre, el tolerante, el humilde, es decir, aquél que está siempre dispuesto a ayudar y a trabajar, el compasivo. el paciente. el cordero de Dios, el manso de espíritu. el que pone la otra mejilla, el dichoso, el que sufre, el desgraciado, el enfermo.

En efecto, la moral de los esclavos busca lo igual en lo diferente, y critica a los que se desvían. especialmente al excéntrico. Ensalza los valores que hacen más llevadera la vida del ser humano; ensalza, en definitiva, valores como la solidaridad, el amor, la mansedumbre y la obediencia.

En los albores de la moral de los esclavos, antes de la llegada del cristianismo, el judaísmo supuso, sin duda, el primer paso dado en esa historia de resentimiento: cuando el Imperio Romano tomó por la fuerza el territorio de Judea, el pueblo judío se rebeló contra el Imperio, que más tarde acabaría siendo absorbido por el cristianismo. Nietzsche se muestra muy escéptico acerca de la mentalidad occidental; critica, por ejemplo, la Revolución Francesa, en la que, según él, vencieron los estúpidos, los ingenuos, los débiles, lo cual no hizo sino reforzar la moral de los esclavos. Sólo un hombre ha representado en la historia de Europa el símbolo del hombre orgulloso y ambicioso: Napoleón.

Entre los instintos que Nietzsche encuentra positivamente estimulante estalla la violencia. La crueldad es un componente esencial de los pueblos fuertes y orgullosos. La alegría que se deriva del puro instinto de afligir y generar atrocidades a otros estaría en la base de la psique humana. Sin embargo, la moral ha pretendido disimular la violencia a través de una sede de prohibiciones. Ahora bien, el desgraciado al que no se permite exteriorizar su instinto violento. acaba ejerciéndolo contra sí mismo, es decir, elabora, por medio de la conciencia moral, una suerte de comportamiento ascético declaradamente contrario a sí mismo.

b) La nueva moral


Para poder distinguir el bien del mal, es decir, para que sea posible la creación de nuevos valores, hay que pensar necesariamente en qué consiste la especificidad de la vida. Nietzsche asegura en reiteradas ocasiones que es la voluntad de poder la que genera los nuevos valores, porque sólo ella representa la mutabilidad y la variabilidad de la naturaleza. Todo lo real, todo cuanto existe, tiende a ser más y mejor; eso mismo ocurre, por ejemplo, en los reinos animal y vegetal, en donde la lucha por la supervivencia hace que unas especies se sometan a otras.


Así pues, la voluntad de poder, más allá del ámbito de las plantas y los animales, se manifiesta entre los seres humanos haciendo que éstos creen constantemente nuevos valores. Como ya señalábamos más arriba. la vida debería ser nuestra maestra rectora, porque sólo así la plenitud, la salud y el poder podrían convertirse en los motores de la moral de los señores. Por el contrario, el único motor de la moral de los esclavos consiste en el resentimiento hacia al poderoso, siendo su característica principal el deseo de convertir al débil en modelo de vida y el intento porque el espíritu fuerte decaiga. 

1.4. Crítica del cristianismo. La muerte de Dios y el Suprahombre

1.4.1. Crítica del cristianismo


En opinión de Nietzsche el origen de la religión es el miedo, es decir, los sentimientos de angustia e impotencia que el ser humano desarrolla a lo largo de su vida. La religión nunca ha pretendido decir la verdad; de hecho, ha caído en el mismo error de la metafísica, reivindicando para sí la trascendencia y el mundo sobrenatural-Dios, el más allá, etc.-. Así, por ejemplo, Nietzsche arremete contra la tradición judea-cristiana, contra el budismo y, en general, contra todas las religiones.

Efectivamente, el cristianismo rechazó los valores dionisiacos de la antigüedad clásica, inventando un mundo ideal, inexistente, alejado de todo contacto con el mundo real. De aceptar la inmortalidad, esta vida se convertiría de hecho en mera transición hacia otra vida. Lo cierto es que para Nietzsche el cristianismo sería un simple platonismo de naturaleza popular, una filosofía y una moral vulgares para personas débiles y esclavos. Por otro lado. se asegura que la religión propone valores exclusivamente decadentes, propios de un rebaño, aptos sólo para esclavos: humildad, mansedumbre, obediencia, sacrificio. Valores todos ellos contrarios a los impulsos vitales más elementales. Así pues, valiéndose de conceptos como el de pecado, culpa o arrepentimiento, la religión ataca una y otra vez a la vida.

Lo que, en definitiva,  criticó Nietzsche al cristianismo fue que éste despreciara todo aquello que el cuerpo desea y anhela: pasiones, impulsos, instintos, valores estéticos, etc. Según Nietzsche, el mayor acontecimiento de la historia consiste en la proclamación de la muerte de Dios, abriendo así las puertas al desarrollo pleno del ser humano y a la liberación de su fuerza creadora, de manera que el dios cristiano quede arrinconado junto a sus mandamientos y prohibiciones. El ser humano que abandone definitivamente la quimera de un más allá, abandonando la imagen de ese mundo falso y mezquino. se concentrará al fin en el mundo real. 


Cuando Nietzsche ataca al cristianismo está atacando, en realidad, a toda la tradición metafísica de Occidente, única responsable del rechazo a todo lo real, lo terreno, lo corpóreo, a los que ha considerado mera apariencia. Para Nietzsche, sin embargo, sólo lo que se nos aparece a la vista es real, siendo, por tanto, la eternidad una idea, no sólo vaga, sino falsa. 

1.4.2. La muerte de Dios y el último hombre


A juicio de Nietzsche, aunque haya ocurrido en un momento determinado, lo cierto es que la muerte de Dios es un acontecimiento histórico. En último término, todos los hombres y mujeres han dado muerte a Dios. El primero en darse cuenta de lo ocurrido es el hombre loco que, encolerizado y tocado por una especie de sutil emoción, comienza a gritar, tan increíble le parece lo ocurrido.

Después de su muerte, los seres humanos no se dirigen ya a Dios: ni siquiera lo nombran. Los seres humanos sólo se dirigen entre ellos para comunicarse mutuamente que su pleno desarrollo es perfectamente posible. Ahora bien, tras la muerte de Dios, existen riesgos evidentes.


El primer riesgo es que, como consecuencia de la caída de todo idealismo y del olvido de toda trascendencia, el ser humano acabe completamente desamparado y a la deriva. Al apagarse las luces que protegían y amparaban al ser humano, éste puede, sin duda. verse perdido y desilusionado ante un ateísmo incapaz de ofrecerle ningún aliciente. Por consiguiente, tras la muerte de Dios, el mayor riesgo para el ser humano será. sin duda, que su vida moral se vea agitada y convulsa. Esa es, justamente, nuestra situación; nosotros somos el último hombre del que se habla en Así habló Zaratustra: nosotros que creemos en Dios todos los domingos. nosotros que necesitamos que otros organicen nuestro tiempo. El ser humano que vive sin alicientes hasta su muerte es, por tanto, un ser nihilista. 

1.4.3. El Suprahombre

Lo cierto es que las reflexiones nietzscheanas en torno al ser humano coinciden con las investigaciones de la biología y la antropología de la época. Según estas investigaciones, las sociedades humanas no permanecen eternamente iguales. La teoría de la evolución ejerció una gran influencia en la ciencia de la época, y como no podía ser de otro modo, también Nietzsche se vio influido por ella. Pues bien. así como la especie humana ha ido desarrollándose tras siglos de evolución, resulta perfectamente plausible pensar que en el futuro seguirá siendo así. Justamente por esta razón, Nietzsche sostiene que el superhombre está aún por llegar. Asimismo, la antropología de la época defendió dos tesis sumamente importantes: por un lado, que no existe distinción entre el alma y el cuerpo, y por otro lado, que el ser humano no fue creado a partir de la nada. Ahora bien, frente a todo ello Nietzsche constata que el propio desarrollo humano no ha ocurrido por las buenas, razón por la cual es necesario abonar adecuadamente el terreno, de manera que de ello resulte una tierra propicia para que el ser humano se desarrolle plenamente según todas sus posibilidades.

Romper con el  pasado significaba para Nietzsche que los hombres y mujeres pudieran alcanzar un nuevo estadio en el que cada cual pudiera labrar su propio futuro. Muy al contrario de lo que se afirma. Nietzsche pretendió que el ser humano rompiera definitivamente con las cadenas que lo atan al pasado para llegar a ser. al fin, dueño y señor de su propio futuro. 


Sólo así se entiende lo que expresa Nietzsche a través de su teoría del superhombre: el ser humano no avanza hacia una postrera etapa de su historia, sino a algo mejor. a un estadio superior en que el individuo reafirmará la voluntad de superar todas las épocas que le han precedido. El superhombre expresa, pues, el desacuerdo del ser humano respecto de todo lo actual y, asimismo, el anhelo por alcanzar una vida mejor. 

1.5. La voluntad de poder y el eterno retorno de lo mismo


El futuro está absolutamente abierto a todas las posibilidades, lo cual permite que la humanidad, cuya naturaleza es, como ya hemos dicho, esencialmente histórica, se desarrolle plenamente. Ese presupuesto garantiza, por un lado, la libertad humana, y, por otro lado. es condición necesaria para la voluntad y el espíritu humanos. Queda así dicho que el ser humano sólo se desarrolla en este mundo, en el mundo natural, sin necesidad de recurrir a mundos sobrenaturales.

Según Nietzsche, el ser humano tiende a mejorarse continuamente; ahora bien, cada individuo lo hace de manera desigual. En este sentido, los discursos de Zaratustra son claramente contrarios a la igualdad, poniendo en entredicho la doctrina según la cual todos los hombres y mujeres son iguales ante Dios. Cuanto mayor y más fuerte sea la voluntad de vivir, más evidente será la desigualdad entre las personas, y viceversa. cuanto menor y más débil sea, más desiguales serán entre sí los individuos. La debilidad implica en este caso que para alcanzar la libertad es preciso ejercer un gran esfuerzo hasta lograr igualar con los demás nuestras diferencias y especificidades


El conocimiento, según Nietzsche, supone a veces una fértil herramienta para alcanzar el poder. puesto que la curiosidad y el deseo de conocimiento humanos están subordinados a la voluntad de poder. De esta manera, algunos hombres y mujeres someten a la realidad y la postran ante sí por medio del conocimiento. no porque busquen saciar su sed de sabiduría ni porque pretendan alcanzar la verdad absoluta. sino para controlar y dominar la realidad.

En la vida que es puro cambio. todo acontece estrepitosa e incontroladamente. no pudiendo en ese proceso dominar el flujo constante de la realidad. No obstante. corresponde al ser humano arreciar esa tempestad. haciéndose con los conceptos invariables que el pensamiento inventa. Para decirlo de otra forma. los conceptos resultan de gran valor para someter y dominar la realidad que fluye incesantemente; son, en efecto. los factores determinantes para que el ser humano aprehenda la sustancia de las cosas.

Ahora bien. en realidad no hay verdades absolutas, puesto que la realidad radical que supone la vida es puro y constante cambio. si bien los filósofos. desengañados tal vez por esa realidad cambiante, hayan pretendido dar con el ser inmutable. Así. viendo que resulta más cómodo vivir en un mundo sin sorpresas ni cambios radicales. el filósofo crea conceptos e ideas con el fin de aprehender el mundo. aunque el intento acabe siempre por frustrarse. Aquello que se aproxime a ese objetivo será lo verdadero. y aquello que no lo haga será obviamente lo falso. Puede ocurrir que muchos de los razonamientos que el ser humano ha elaborado durante siglos resulten simples invenciones y que no tengan nada que ver con lo que el filósofo toma por verdadero. Este tipo de ideas -el Ser Absoluto o la existencia de un más allá fijo e invariable- nunca concuerdan con la realidad objetiva, pues sólo son ideas ficticias que. en el mejor de los casos, servirán circunstancialmente.


Además de haber inventado el superhombre, Zaratustra creó también el eterno retorno de lo mismo. Es posible que esta teoría sea la máxima representación de la vida digna de ser vivida. Asimismo, puesto que el superhombre acepta la vida tal y como ésta se le aparece. la repetición de los sucesos más insignificantes es incesante.

El imperativo categórico de la razón práctica kantiana (Obra sólo de forma que puedas desear que la máxima de tu acción se convierta en ley universal,) se convierte así en Nietzsche en la siguiente máxima: ,Desea y vive la vida hasta el punto de querer que lo vivido se repita infinitamente.

En la teoría nietzscheana del eterno retorno. la realidad que se repite una y otra vez (hasta llegar siempre al mismo punto de partida) se contrapone, efectivamente. a la opinión según la cual la realidad sería un continuo trazado a semejanza de una recta. Es decir, si, a partir del momento presente, en el pasado el tiempo es infinito. entonces puede afirmarse que todos los sucesos han ocurrido ya en alguna ocasión. Por tanto. aquello que aún no ha ocurrido será. de algún modo. nuevo. puesto que en algún momento del pasado ha tenido que suceder. De este modo. todo lo que pudo haber ocurrido ha ocurrido ya de hecho. yen consecuencia, ha transcurrido desde entonces un lapso de tiempo no superior al que vaya ha transcurrir en el futuro. En esto consiste, precisamente, la teoría del eterno retorno de Nietzsche.

Todo lo que ocurra en un momento determinado del tiempo ha tenido que ocurrir en algún otro momento. Así pues, si lo que vaya a venir se va a repetir una y otra vez, todo intento por crear algo nuevo resultará imposible. En consecuencia, es igualmente imposible que el superhombre se vaya a realizar. Es decir, es cierto que el futuro puede estar determinado de modo que lo que vaya a ocurrir en el presente esté de algún modo configurado en el pasado. Por tanto. el superhombre y el eterno retorno de lo mismo serían, de hecho, dos conceptos contrapuestos.

Para salir de este atolladero, en un intento por conciliar las teorías del superhombre y del eterno retorno de lo mismo, Zaratustra cambia repentinamente de opinión: abandonando toda concepción acerca del pasado. Nietzsche intentará conciliar ambas teorías mirando al futuro.

El ser humano determina su comportamiento futuro a través de las decisiones y comportamientos del presente. Por así decirlo, todo está por hacer. Ahora bien, el ser humano nuevo que nacerá al final de la historia no podría ser, de ninguna manera. el superhombre nietzscheano, puesto que ello implicaría adoptar una concepción teleológica del universo.

Por otro lado, la teoría del eterno retorno niega la hipótesis de Dios, ya que afirma que los nuevos acontecimientos no son otra cosa sino repeticiones de acontecimientos pasados. De otro modo, si los nuevos acontecimientos ocurrieran sin cesar, habría que pensar que están dirigidos hacia un objetivo, ocupando Dios un lugar central en la historia.

lunes, 18 de abril de 2016

7. EL PENSAMIENTO DE DESCARTES

1. El desengaño de Descartes

Descartes piensa que todo lo aprendido, excepto las matemáticas, carece de valor alguno.

2. El método

2.1. Necesidad de un nuevo método

Descartes plantea el método como solución al conocimiento, propone el método como solución a búsqueda de la realidad absoluta, y, junto con la duda cartesiana (bastante importante en el método) intenta dar solución al verdadero conocimiento.

El método se caracteriza por el uso de la razón frente a los sentidos. Es esto lo que establece seguridad a este método a la hora de fundar el conocimiento.

La cuestión radica en hallar un nuevo método que rechace la autoridad de la Iglesia y Aristóteles como criterios de verdad.

2.2. Criterio de verdad

- Criterio de autoridad: El criterio de verdad es la pauta utilizada para determinar la veracidad o falsedad de un juicio.

- Inducción: Aunque la inducción se basa en la experiencia y en la observación, Descartes niega que sirva de criterio para llegar a la verdad segura, puesto que la validez de este criterio exige el análisis de todos los casos posibles.

- Las matemáticas y las verdades de razón: Utiliza la expresión "verdades de razón", puesto que no dependen de la experiencia, sino de la razón. Descartes siente interés por las matemáticas, porque su objeto es simple y sus razonamientos son seguros y evidentes.

2.3. Reglas del método

La evidencia: clara (fácil, lo entiendes perfectamente) y distíntamente (diferente, no se confunde con otra cosa). No hay que admitir nada que sea dudoso. La evidencia es contrapuesta a la conjetura (cualquier sistema que me permita llegara la evidencia que no sea la intuición), que es aquello cuya verdad no aparece a la mente de un modo inmediato. El acto por el cual el alma llega a la evidencia es la intuición (facultad mental que me permite captar las cosa a la primera). Descartes entiende por intuición "una concepción del espíritu (mente) puro y atento, tan fácil y distinta, que no quede en absoluto duda respecto de aquello que pensamos".

El análisis: consiste en dividir cada una de las dificultades que se han de examinar en el mayor número posible de partes para resolverlas mejor. Análisis significa dividir las ideas complejas en simples.

La síntesis: consiste en conducir los pensamientos por orden empezando por los objetos más simples y fáciles de conocer, para ascender poco a poco hasta los conocimientos más complejos. Esta regla supone un procedimiento, la deducción, resolución de cada parte simple empezando por lo más fácil a lo más complejo.

La enumeración: se trata de revisar todo el proceso para estar seguros de o omitir nada. "Consiste en hacer enumeraciones tan complejas y revisiones tan generales que estemos seguros de no omitirá nada". La enumeración comprueba el análisis y la revisión la síntesis.

3. La duda metódica y la primera certeza: el cogito

La duda, instrumento par allegar a la certeza.

No es extraño que Descartes concibiera la idea de construir una ciencia suprema, que llama filosofía primera.

Esta destrucción de las opiniones antiguas se hace mediante la duda.

La duda cartesiana no es una duda escéptica, es un hábito del pensamiento, es un momento en que no somos capaces de afirmar si algo es verdadero o falso. Un instrumento para elaborar una filosofía, por eso se llama duda metódica. Podemos decir que es una duda universa, ya que es una duda teorética, no se extiende el plano de las creencias o de las normas morales, sólo al plano de la teoría.

3.1. Niveles de la duda

- Falacia de los sentidos: "Si alguna vez me han engañado, me hace ser precavido y suponer que me pueden engañar siempre". A veces cuando vemos algo de lejos nos parece una cosa pero cuando se acerca es otra por lo que los sentidos nos engañan. Así eliminamos los sentidos y todo lo que se apoye en ellos.

- Errores del razonamiento: "Mi entendimiento se puede equivocar cuando razona". Descartes elimina los juicios como conocimiento verdadero.

- Imposibilidad de distinguir la vigilia del sueño: Si estuviéramos dormidos, soñando que actuamos como en el mundo real, no nos daríamos cuenta hasta que despertáramos.

- Hipótesis del "genio maligno": Genio astuto y malvado que se dedica a confundir mi entendimiento cuando se hace alguna operación matemática, negando así la verdad.

3.2. Primera certeza de la filosofía: el cogito

"Puedo dudar de todo, pero hay algo que no puedo dudar: mientras dudo, estoy pensando, mientras pienso, pienso, luego existo."

a) De la duda a la primera certeza

La certidumbre nace de la duda gnoseológica, y la primera certeza es el cimiento sobre el que se asienta la estructura de todo el sistema filosófico cartesiano. Debemos hallar la primera certeza subjetiva que nos sirva para salir de la duda.

Descartes utiliza el último nivel de la duda metódica para distinguir el pensamiento y el objeto del pensamiento. El objeto del pensamiento es una herramienta que adquiero por medio de otra cosa. El pensamiento es inmediato.

Al final del proceso de la duda, Descartes da con el principio fundamental, la verdad evidente e indudable: "Pienso, luego existo."

b) Sentido de la primera verdad (certeza)

“El hecho de darnos cuenta de que somos cosas pensantes nada tiene que ver con una primera noción nacida de un silogismo; cuando alguien dice “pienso, luego existo”, por medio de un silogismo, tampoco está deduciendo la existencia a partir del pensamiento.”

Si fuera una deducción producto de un silogismo, debería tener en cuenta la premisa mayor siguiente: todo lo que piensa es o existe; más aún, sabe, porque lo experimenta en su interior, que no se puede pensar si no existe. De tal forma que el entendimiento llega a proposiciones generales a través del conocimiento de las cosas particulares

c) Cogito e intuición

El término intuición tiene dos significados:

- Conocimiento inmediato. Conocimiento que no necesita ni instrumentos ni procedimientos psíquicos.

- Sentido psíquico. Descartes introduce una novedad a este respecto. Tal es el conocimiento de la intuición, que no deja lugar para la duda.

4. Clases de ideas: innatas, adventicias y facticias

Descartes distingue tres clases de ideas:

· Ideas adventicias: son aquellas ideas que parece que las aprendemos o viene de fuera.

· Ideas facticias: son ideas que han sido creadas por el propio ser humano.

· Ideas innatas: son las ideas con las que nacemos, ideas del mundo físico.

5. Dios en la filosofía de Descartes

5.1. Pruebas de la existencia de Dios

a) Primera prueba: sustancia infinita

"Por Dios entiendo una sustancia infinita, eterna, inmutable, independiente, omnisciente, omnipotente, por la que yo y todas las demás cosas han sido creadas". Es necesario decir que Dios existe; porque, siendo yo una sustancia finita, alguien ha tenido que poner en mi esa sustancia, y ha tenido que ser una sustancia infinita.

b) Segunda prueba: ser perfecto

Descartes explica la segunda prueba de la existencia de Dios, basada en la idea de la perfección. No es una prueba nueva, sino una nueva forma de presentar la prueba anterior.

c) Tercera prueba: argumento ontológico

Dice así: "Tengo la idea de Dios como un ser soberanamente perfecto. Veo que no puede separarse la esencia de la existencia de Dios; de suerte que concebir un Dios, un ser soberanamente perfecto sin existencia, es lo mismo que concebir una montaña sin valle."

6. Las pasiones y la libertad

Las acciones dependen de la voluntad; las pasiones son involuntarias y están constituidas por percepciones, sentimientos o emociones causadas en el alma por espíritus vitales; esto es, las fuerzas mecánicas que actúan en el cuerpo. La fuerza del alma consiste en vencer las pasiones y detener los movimientos del cuerpo; mientras que su debilidad consiste en dejarse dominar por las pasiones presentes.

Las pasiones son contrarias entre sí: de un lado, solicitan al alma; de otro, la hacen combatir contra sí misma, dejándola en el estado más deplorable.

El ser humano debe dejarse guiar, no por las pasiones, sino por la experiencia y por la razón, y solo así puede distinguir en su justo valor el bien y el mal y evitar los excesos.